Capítulo 2.

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Rosse.

Aitara.

Termino de bajar las escaleras y voy directo a la habitación. Toco sin obtener respuesta, así que bajo mi propio riesgo decido abrir la puerta.

Encuentro a Matteo dormido boca abajo, envuelto entre las sábanas, dejando ver su espalda fornida. Camino hasta él y me siento sobre su espalda dejando mis pies fuera de la cama.

-¡Buenos días! -Grito.

Mala idea.

Pésima idea, querida.

En segundos me deja debajo de él y pone el cañón del arma en mi mandíbula. Mis manos quedan en sus omóplatos y su brazo libre ejerce presión en mi cuello privándome del oxígeno. El paso de aire se me corta y el azul marino de mis ojos queda frente al verde esmeralda de los suyos.

Siento nuestros alientos fundirse y su pecho chocar contra el mío por la respiración acelerada. Guardamos silencio unos sin saber qué hacer, un silencio nada incómodo, pero siento que me asfixio.

-¿Qué carajos te pasa? -Se aparta de mí dejándose caer al otro lado de la cama. Oculta el arma con rapidez bajo su almohada.

-Yo que voy a saber que te despiertas así.

Me levanto de la cama poniendo las manos en mi cintura. Enarca una ceja viéndome, tal vez si debí despertarlo normalmente. No puedo aguantar y me rio, parezco anormal, pero creo que me estoy riendo de nervios por el susto que me pegó.

-Tu sí que estás loca -me da la espalda cubriéndose con la sabana de pies a cabeza.

-Despierta, viniste a Londres de vacaciones, no a dormir.

-¿A dónde planeas llevarme?

-Pues hay varias opciones, te daré para elegir -me siento en la parte vacía de la cama-. Podríamos ir a patinar en uno de los clubes de mi mamá, ir a una plaza, a un parque, también está el Támesis o...

-Podríamos ir todos a la galería nacional de Londres.

-¿Seguro? Digo, no es que sea lo más divertido del mundo.

-Sí, quiero ir -se levanta de la cama. Solo lleva un pantalón de algodón puesto y por leves segundos, mínimos, a decir verdad, me quedo anonadada viendo el marcado abdomen-. Invita a los demás.

Me concentro en su voz apartando la vista de lo que no debo.

-De hecho, ya están viniendo para acá, es tarde -señalo el reloj de pared que marca las once de la mañana-. Solo falta despertar a mi supuesto mellizo. Tú cámbiate que yo me encargo.

-Sí, señora -hace como si fuese un militar, me pongo de pie lista para salir y su voz me detiene-. Ah, para la próxima te recuerdo que mis ojos están arriba.

Se señala. Una media sonrisa danza en sus labios. Le saco el dedo corazón y se echa a reír.

Salgo de la habitación volviendo al segundo nivel. Mi hermano tampoco contesta a los toques de la puerta e imagino que debe estar dormido, tiene el sueño más pesado del mundo.

Entro y empiezo a moverlo para que despierte. Lo muevo y lo muevo y ni se inmuta, parece un maldito muerto.

-¡Zaid, despierta! -Sigo llamándolo hasta que me lanza un cojín a la cara-. ¡Hijo de...! ¡Agradece que es un cojín y no arruina mi perfecto rostro!

-Lárgate y jode en otro lado.

-Despierta, iremos a la galería nacional y te quedarás -me siento a su lado.

Mío.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant