Capítulo 8.

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Por ser tan tú.

Aitara.

Lo único que logra traerme de vuelta a la realidad es el segundo disparo que contra todo pronóstico me impulsa a levantarme y abrir la puerta. La sangre carmín gotea en el piso y levanto la vista viendo como ella hace presión sobre su vientre mientras él intenta detener la sangre que sale de su brazo.

La ignoro por completo yendo a su lado.

—¿Qué carajos pasó? —Mis manos se manchan de sangre en un inútil intento por detener su sangrado, mientras que la rubia se queja en el piso.

Dios. Nunca había visto tanta sangre. Me siento perturbada por unos segundos turnando mi mirada entre la sangre que proviene de él y la de ella.

—Esta perra es una traicionera —la señala con el arma y logra traer mi atención de vuelta—. Te largarás de aquí. Ahora. —Le ordena.

—Necesitas que te revisen, por favor —suplico al ver que ignora por completo su herida, mientras yo estoy por colapsar.

—Esto es una idiotez, solo me rozó —se aparta de mí arrodillándose frente a ella—. Agradece que por tus venas corre la sangre de los Beckett, porque si no en estos momentos serías un cadáver.

Con el cañón del arma hace presión en la herida de la rubia que en vez de quejarse sonríe. Como puede se yergue quedando a centímetros de Matteo y susurra las palabras que lo desconciertan leves segundos:

—Tú no eres más que fachada, sottocapo —sonríe escupiendo la sangre que empieza a salir de su boca y empapa el rostro del castaño—. ¿A quién crees que elegirá Domenico? ¿Qué versión supones que apoyara? La trata de blancas es una fuente de ingresos asegurada, obvio estará de mi parte.

—¿Me consideras tan insuficiente para necesitar aprobación de Domenico? —Sonríe enterrando más el arma en la herida, vuelve su cabello un puño pegándola a él—. El apodo de «Sádico» no lo tengo de adorno, Daenna. Me sabe a mierda matarte frente a todos los integrantes de la pirámide y darles de comer tus restos.

Su mirada se ve tan perdida y diferente que incluso yo siento pavor, es como si fuese otra persona.

AsNo eres capaz, yo soy de tu familia y tú no tienes cojones para eso —lo reta.

—No me provoques que yo solo advierto una vez.

La suelta chocando su cabeza contra el piso sacándole un quejido. Se pone de pie tomando mi mano. Al salir pasa frente a mi familia sin pronunciar palabra y solo les hago una seña de que esperen. Entramos a la habitación y cierra la puerta con seguro.

Observo mis manos manchadas de sangre que por leves segundos me desconectan de la realidad. Definitivamente no me aterra y eso es lo que me asusta, el hecho de que mi mente lo procese como si fuera algo normal.

Voy al baño por un botiquín mientras él se apresura a retirarse la chaqueta y soltar los botones de la camisa quedando desnudo de la cintura para arriba. Mis ojos se pierden en los tatuajes que tiene y esos brazos y abdomen marcado.

¡¿Qué te pasa Aitara?! ¡Prioriza! ¡Prioriza!

Me golpeo mentalmente volviendo a la realidad. Él se sienta en la cama y me arrodillo entre sus piernas. Es decir, digo..., si entre sus piernas, pero para poder ver bien lo que hago.

Empapo la gasa de alcohol y la deslizo sobre la sangre caliente, él ni siquiera se inmuta. Apenas lo escucho dar un quejido cuando el alcohol entra en contacto directo con la herida.

Limpio toda la zona y al final lo cubro con un vendaje estéril. Deslizo una gasa limpia por su rostro quitando la sangre que le escupió la rubia.

Me observa en completo silencio sin despegar la vista de mi rostro, sus pupilas aumentan y un silencio no incomodo surge entre ambos. Deslizo la gasa por sus labios obteniendo un recuerdo de aquella noche que no quiero evocar en este momento.

Mío.Where stories live. Discover now