Capítulo 4.

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Golpe de realidad.

Aitara.

El vestido corto de color carmín se ajusta a mí como segunda piel. Las mangas caídas van a juego con los guantes de terciopelo de un carmín tan intenso como el del vestido. El estilo corsé de la parte superior saca a relucir mis curvas y pechos, y la falda ajustada que llega hasta la mitad de mis muslos las luce aún más.

El pequeño collar de oro de veinticuatro quilates con las iniciales AM (Aitara Maxwell) decora mi cuello desnudo y los pequeños pendientes apenas se detallan con la melena cobriza y lacia que los cubre. El pelo lacio me cae como una cascada cobriza por la espalda, las puntas rozan mis nalgas y los tacones negros con pedrería dejan lucir el vestido.

El maquillaje es sencillo, solo resaltan mis labios en un color vino. Así es, hoy deje el rojo resaltar en cada parte de mí. Tomo mi bolso de mano bajando las escaleras.

—¡Mamá, estoy lista! —Aviso.

Mi madre baja las escaleras minutos más tarde luciendo un magnífico vestido negro con el hombro derecho descubierto y el izquierdo con una manga que cubre hasta su muñeca. Tiene un cuerpo perfecto incluso luego de un embarazo de mellizos, sus curvas son marcadas y su abdomen plano y definido.

—Vamos, tu papá ya me marco dos veces, solo faltamos nosotras y dos personas más de todos los invitados —tomo las llaves del coche. La gente que trabaja para Matteo lo trajo no hace mucho.

—Qué va, lo bueno siempre se hace esperar —me encojo de hombros, camino a su lado hasta el aparcamiento.

Salimos de los alrededores del costoso barrio donde vivimos, estamos a casi media hora de distancia de la mansión Beckett. Al fin llegamos, me quito la gabardina y hago entrega de mis llaves al valet parking. Mi madre vino en mi auto para no traer tantos al mismo lugar. Me engancho a su brazo. Los hombres que cuidan a los Beckett ya nos conocen, así que es fácil pasar.

Por suerte ahora si me reconocieron no cómo está tarde.

Las miradas de los pocos empleados que están afuera no se hacen esperar. Sonrío al ver el coche de Eros a lo lejos. ¡Sí aceptó mi invitación! Espero lograr dejarle claras las cosas hoy.

Mis pasos y los de mamá son coordinados al pasar el gran portón de la entrada. La mansión es magnífica con un jardín delantero gigante. Pasamos la entrada y todos ya están dentro, solo se ven algunos empleados afuera. Estamos por subir las escaleras para poder entrar cuando escucho a alguien vociferar ese horrible apelativo.

Maldito apelativo.

A mí me gusta.

Tú te callas.

Mi madre se gira de lo más alegre y se suelta de mí para abrazarlo. Me giro observando el traje blanco con detalles en dorado que lleva. Luce como lo que es; un maldito italiano, elegante y atractivo.

—Rosse —dice con una sonrisa de burla. Aunque esta no llega a sus ojos, noto lo agotado que se ve comparado a esta tarde.

—¿Rosse? —Indaga mamá, la confusión es notable en su rostro.

—Horrible, ya sé.

—Me parece... original... —dice, se encoge de hombros sonriendo de boca cerrada—. ¿Y bien? Eres el anfitrión, ¿no deberías estar en la fiesta ya?

—Sí, pero mi acompañante llega tarde y no quiero entrar solo —nos analiza unos segundos—. ¿Gustan entrar conmigo?

—¿Nos viste cara de sustitutas? —Indago.

—¿Quién dice que no era a ustedes a quienes esperaba?

Lo miro mal cuando me extiende su brazo libre, lo acepto de mala gana y mamá se acomoda del otro lado. La música sigue sonando y subimos las escaleras quedando frente a la puerta principal, sus hombres la abren y en el segundo en que ponemos un pie en la mansión las miradas se centran en nosotros.

Mío.Where stories live. Discover now