Capítulo 2: Estrella varada

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Lan XiChen clavó los talones en la arena, apenas consciente de que Nie HuaiSang lo seguía muy de cerca. Los pescadores —que más bien parecían cazadores, aunque no de criaturas nocturnas venidas de más allá de lo real, como él— gritaban mientras rodeaban en un amplio círculo al ser atrapado bajo una red de pesca. Quince hombres que se debatían entre el pavor, la violencia y un cierto sentido de la maravilla se cernían amenazantes sobre tan inusitada presa. Una sirena. Tras toda esa gente, Lan XiChen no atinaba a verla con claridad, pero con el aroma inconfundible del mar y la magia sentía latir el peligro más puro si no intervenía. Rodarían cabezas.

-¿Qué hacemos ahora? ¿La matamos?

-¡Pues claro que sí! ¡Es un monstruo!

-¡No podemos dejar que se escape!

-¡Dale con la azada! ¡Con la azada!

Con una azada oxidada en vez de con una reluciente espada de plata, con eso pretendían hacerle frente a una mítica sirena. O con un arpón con el mango ya podrido de tanta humedad. Solo correrían a los brazos de la dulce muerte. Lan XiChen lo sabía, Nie HuaiSang lo sabía y la sirena también, pero solo emitió un gruñido feroz, un siseo melodioso a la par que iracundo. Varios de esos toscos hombres, aquellos que se hallaban desarmados, retrocedieron asustados. Los que se sentían protegidos por el acero viejo y la madera astillada avanzaron un paso al frente, los amenazantes filos apuntados hacia la criatura, que gruñó de nuevo mientras se retorcía bajo los abrasivos hilos de la red. Lan XiChen, con esa mala costumbre suya que le metía en tantos problemas al hundir las narices dónde no le llamaban, inconveniente rasgo que compartía con su hermano, se adentró en la bahía con su medallón y sus espadas a la vista de cualquiera y su extravagante sonrisa de ángel, tan insólita.

-Buenas gentes, ¿qué ocurre aquí?

Conciliador el brujo se acercó a los pescadores y atrajo la atención de la inmensa mayoría. Su presencia en la aldea y su presencia en su playa amedrentó a más de un marinero tanto o más como los gruñidos de la sirena, que ante su intromisión se volvieron roncos. Lan XiChen sintió un extraño orgullo. No cualquiera puede igualar el efecto de una voz imbuida en magia y poder espiritual. Por suerte, su reputación le precedía tanto o más como el trofeo, la cabeza cercenada, que colgaba de su cinturón.

-Brujo -le llamó uno de los marineros-, mirad esto. Acabamos de pescarla.

-Se ha enredado en mis redes -gruñó el marinero con el arpón, señalando hacia la arena manchada de sangre oscura-. ¿Cómo deberíamos matarla?

El corro de pescadores se abrió para dejar paso a Lan XiChen, y en menor medida a Nie HuaiSang, que nunca perdería la oportunidad para encontrar inspiración para una nueva canción. Los ojos del brujo se abrieron como platos al contemplar a la sirena, y su amigo por detrás se atrevió hasta a silbar. Era hermoso, tanto como rezaban sus leyendas favoritas. Quizá más. Precioso. De género difícil de determinar e indudable fiereza, los contemplaba con los ojos violetas entrecerrados, que prometían venganza ante cualquier agravio. Largos cabellos de alquitrán enmarcaban enmarañados —la marea baja y las algas no le habían hecho ningún favor— un rostro de facciones afiladas y caían sobre su pecho, apenas tapando dos pequeños senos y el patrón de escamas violetas que los salpicaba. Habían tallado sus ojos en amatista, brillantes y amenazantes, ahora clavados en el brujo. Las escamas de su larga cola eran del mismo brillante tono que su airada mirada, tornasoladas y resplandecientes. De piel blanca como el jade, colmillos que no se molestaba en esconder y garras afiladas de un oscuro morado con las que podría cercenar la garganta de cualquier estúpido que se le acercase. Yacía sobre la arena, atrapada bajo la red, pero eso bajo ningún concepto lograba restarle dignidad. Bajo sus brazos poseía membranas de todos los tonos del arcoíris y alguno más, pero su tensión henchida hablaba de una posición de ataque. Estaba herida a la altura de la cadera, allí dónde la piel se disolvía en escamas. Sangraba, pero tal corte no podría habérselo hecho ninguno de los pescadores allí presentes. Lan XiChen reconoció la forma de las letales garras de un ulfhedinn, que llegaban hasta dónde su cola se curvaba, allí dónde, en el caso de un humano, estarían las rodillas. El brujo frunció el ceño al entender esa herida, extraña dada la procedencia marina de la sirena. Tan solo un segundo después, sus ojos se cruzaron.

Espuma de mar [XiCheng]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora