Epílogo: La Senda

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Varios años después...

Wen RuoHan murió por culpa de su propia magia. Los núcleos que tanto codiciaba le consumieron; un error de principiante, tomar del caos sin dar nada a cambio. Se creyó el rey del mundo y cayó al abarcar más de lo que podía controlar. Lan XiChen y Jiang Cheng se enteraron algunos meses más tarde, en verano, mientras viajaban por el reino de Moling en busca de una lamia que estaba causando el caos en las poblaciones fronterizas. Jiang Cheng se había pasado varios días taciturno después de aquello, aliviado pero en conflicto consigo mismo. Habría deseado darle el golpe de gracia, pero ni siquiera se atrevía a confesarle a Lan Huan su deseo de ir tras los Wen que habían sobrevivido a la catástrofe de las playas de Yunmeng. Lan XiChen, sin embargo, lo intuía. Nunca lo sacaba en conversación, pero lo intuía.

Su viaje continuó sin preámbulos después de aquella noticia, como lo había hecho durante los últimos siete años, y pronto quedó relegada a poco más que un picor al fondo de la mente. El brujo sabía que su amada sirena seguía dándole vueltas de vez en cuando. A eso y a todo, a qué podría haber sido distinto y a si, de haber confiado más en ellos, todavía tendría un lugar en el mar. Eran preguntas sin respuesta que en ocasiones amargaban los dulces confites y que tornaban en abrasadoras las noches más frías del otoño. Esas en las que, en busca de algún problema que resolver —como sus hermanos, allá en algún otro punto del Continente— habían de dormir al raso.

Lan XiChen había aprendido que a Jiang Cheng le gustaba dormir bajo las estrellas. Sobre todo en primavera y en verano, o cuando viajaban al sur. En aquellas noches cálidas, con el firmamento como única sábana sobre sus cabezas, cuando hacían el amor apartados de los caminos, podía recordar sin temor a romperse lo que había sido la vida en el océano. Pero, de nuevo, no se lo decía. No directamente. Lo hacía con sus gestos; con sus besos, más dulces.

Juntos, sirena y brujo se lanzaron a recorrer el Continente de arriba a abajo en busca de contratos que resolver. Fue al acabar la primavera que siguió a ese fatídico invierno, cuando Jiang Cheng se recuperó de sus heridas y aprendió a caminar una vez más. Cuando la piel cicatrizó y las heridas se cerraron, y se encontró con fuerzas para avanzar en la oscuridad de la incertidumbre. Nunca se quejó, nunca decía nada al respecto de lo mucho que odiaba ciertas partes de su cuerpo, pero Lan XiChen de vez en cuando se lo encontraba mirando con añoranza en dirección a las islas de Yunmeng. En esos momentos, el brujo solo quería mostrarle que, pese a lo perdido, el Continente estaba lleno de belleza y de historias que merecían la pena ser vividas.

Quería enseñarle que el mundo seguía mereciendo la pena. Algunos días lo conseguía. Otros, la melancolía de Jiang Cheng era tal que apenas hablaba en todo el día y se centraba solo en los objetivos inmediatos de la misión que les ocupase en el momento. A efectos prácticos, con su medallón de la Escuela del Búho colgando sobre el pecho, Jiang Cheng a veces parecía más brujo que él mismo. 

Desde luego, luchando resultaba mortífero, aunque hubiera tenido que aprender desde el principio.

Pero su viaje no solo se reducía a cacerías interminables, luchas contra bandidos en los caminos del este y sexo en cada momento de paz. Habían utilizado la Senda para reencontrarse consigo mismos y con sus familias. Lanling era una de las regiones que más visitaban. Con la mayoría de edad recién cumplida, Jin Ling —ahora Jin RuLan, siguiendo las tontas costumbres humanas— había viajado hasta el centro mismo de la hechicería del Continente, la Torre Koi, para seguir los pasos de su padre y formarse como un gran mago, consejero de reyes y mensajero de dioses. Aun así, seguía adorando a su jiujiu con toda su alma, y cada vez que se reencontraban se mostraba como el  niño mimado que en realidad era. De vez en cuando, el joven mago visitaba las islas, el hogar de su infancia, acompañado por su padre. Jiang YanLi reinaba con mano pragmática y sonrisa dulce, y Yunmeng vivía con ella un período de discreta prosperidad, alejado de las grandes leyendas pero pacífico.

Espuma de mar [XiCheng]Where stories live. Discover now