Capítulo 8: Rayo púrpura

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A la mañana siguiente a aquella tormenta, los isleños hablaron de tragedias sin fin, barcos encallados, marineros devorados por los tiburones, inundaciones, riadas e incendios forestales en varias islas que habían llegado a consumir uno o dos pueblos. Cuando Nie HuaiSang escuchó las noticias mientras se las arreglaba para convencer al tabernero de que le dejase subir algo de almuerzo a la habitación, no las relacionó de inmediato con su nueva amiga, la sirena Jiang. Comenzó a asociarlas al contarlas en la mesa que habían improvisado en la destartalada alcoba del brujo, cuando Lan XiChen se puso pálido. Sentados cada uno en un lado de aquella mesa circular, Jiang Cheng no dio muestras de haberlo oído. La sirena se limitaba a revolver el plato de sosas gachas de arroz sin ganas de llevarse nada a la boca. En cuanto vio cómo el semblante del brujo se quedaba lívido, Nie HuaiSang comenzó a compartir esa falta de apetito. Sin embargo, la camufló con un trago a su fiel bota de vino.

Las terribles consecuencias de la tormenta —si inducida o no, ninguno se atrevía a juzgar— no fueron lo único que llamó la atención del bardo. Algo había ocurrido aquella noche, algo más, muy distinto a los rayos y a los truenos. La sirena vestía una de las camisas de su amigo brujo que le cubría hasta los muslos. Lan XiChen estaba vestido de manera normal, y ninguno de los dos se miraba. Ninguno de los dos se había referido al otro ni habían intercambiado palabra desde que Nie HuaiSang llegó a la habitación. Aunque, en defensa de Jiang Cheng, no había abierto la boca desde que las luces se apagaron ante su súplica. Tener que pedirle algo a un condenado humano ya había sido más que suficiente.

Lan XiChen se mantenía en silencio por otros motivos, pero estos le estaban vetados al pobre trovador. Sin embargo, aunque su amigo no fuese a comentárselos de buena gana, las señales no pasaban desapercibidas. Vio las perlas en la almohada y en el suelo y vio los arañazos en su espalda sobresalir por debajo de la ropa cuando se levantó a por una jarra de agua. Sin embargo, los peores temores de Nie HuaiSang se evaporaron cuando Lan XiChen rozó el hombro de la sirena con los dedos. Le ofreció la jarra. Jiang Cheng levantó la cabeza para mirarle por primera vez, probablemente desde que despertaron, sus piernas y sus brazos entrelazados, el semen todavía caliente entre sus piernas, viscoso. Asintió sin miedo, sin signo de temor alguno en dirección al brujo, y Lan XiChen le sirvió un vaso con su amabilidad característica. Los dedos de la sirena —ignorantes de la atenta mirada del bardo— rozaron los del brujo, en su hombro, y Lan XiChen los apretó tan solo un instante, quizá con más cariño del debido. En ese momento, Nie HuaiSang decidió callar.

Si aquella noche había pasado algo en esa alcoba, algo que podría tener que ver o no con las tormentas y las catástrofes del archipiélago, él no lo sabía.  Ni le importaba, visto lo visto y que ninguno de sus amigos había sufrido daño. Pero sabía otras cosas, temas de los que debían hablar...

-Er-ge, ¿a que no sabes qué? -comenzó con tono cantarín, pero forzado. Después de lo que habían visto el día anterior, cualquier alegría parecía falsa. Incorrecta-. Esta mañana me ha visitado un pajarito precioso.

-¿Ah, sí?

Lan XiChen se esforzó para ofrecerle una sonrisa, pero estaba confuso. O, mejor dicho, perdido en sus propios pensamientos, que sin duda estarían llenos de escamas, olas y quizá, rayos y truenos. Jiang Cheng, sin embargo, no les prestó mayor atención. Sumergido en el interior de un océano de odio, se llevó por fin la primera cucharada de gachas a la boca. No sabían a nada. Sabían a cenizas.

-Sí. Un pajarito dorado -dijo el bardo, esperando a ver si su amigo lo entendía-. Y me trajo esto.

De las solapas de su casaca verde brillante —Lan XiChen siempre contemplaba sus prendas con ciertas reservas, tal y como el bardo lo hacía con las horrendas y sucias armaduras de los brujos, aunque la de Lan XiChen siempre se hallaba pulida e impecable— Nie HuaiSang sacó una carta. Un sobre del mismo dorado que el plumaje del pájaro, sellado con cera roja. Inconfundible, una peonía decoraba el sello roto. Chispas en mitad de la nieve, el escudo de la escuela de magos de Lanling.

Espuma de mar [XiCheng]Where stories live. Discover now