Capítulo final: De tu aliento, mi fuerza

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Lan XiChen no miró sus heridas. Si por respeto o por miedo, el brujo no quiso hacerse tales preguntas. Nadó todo lo que su cuerpo le permitía hasta conseguir agarrar su mano. Sus dedos se cerraron alrededor de una muñeca demasiado frágil en el momento justo, cuando los ojos de Jiang Cheng se cerraron y se le escapó esa última bocanada de preciado aliento. Tiró de ella y su cuerpo se deslizó por el agua sin fuerza alguna. Lo envolvió en sus brazos; pasase lo que pasase, no iba a soltarlo. 

Luego vino la explosión. La corriente generada por la onda expansiva del núcleo al romperse los zarandeó y los golpeó con la fuerza del océano, encarnada en un último impacto. Lan XiChen apretó su abrazo alrededor del cuerpo de la sirena y, por un instante, el mundo se volvió negro para ambos.

Pero la corriente también obró un milagro. Cuando el brujo quiso darse cuenta, sacaba la cabeza del agua, desesperado por algo de aire. Seguía teniendo a Jiang Cheng entre sus brazos y la fuerza del mar les empujaba conta la orilla de una de las muchas islas del archipiélago de Yunmeng. Así que, ignorando todo lo demás, todos los peligros que podrían haber acabado con ellos o las consecuencias que tendrían sus actos, se forzó a nadar arrastrando un cuerpo que no se movía. A caminar en cuanto pudo plantar los pies en tierra, en la arena empapada de una playa desierta, de no ser por los escombros de los barcos y unos cuantos cadáveres desfigurados que la marea había arrastrado hasta allí. Lan Huan tomó a la sirena en volandas —la agarraba como si le fuese la vida en ello; como si no se pudiese permitir perderla de nuevo— y trastabilló hasta más allá del alcance del mar.

No fueron los únicos que salieron dando tumbos. A unos cuantos metros, Lan WangJi y Wei WuXian caían sobre la arena, el nigromante casi desmayado por todo el abuso de magia negra, después de escapar de aquellas aguas embravecidas. Tosían agua salina y, demasiado concentrados en recuperarse, apenas le dirigieron una mirada aliviada a sus hermanos. 

Lan XiChen tampoco les prestó mayor atención. Tiritaba, cortesía del mar en pleno invierno, y el frío se le había metido como un parásito en los huesos; reptaba desde dentro, a través del tuétano, por todo su cuerpo. El brujo cayó de rodillas en la arena áspera, muy lentamente y a la vez muy rápido. Le daba vueltas la cabeza y, por un momento, creyó que se daría un golpe de costado contra el suelo, que giraba, así que protegió el cuerpo de Jiang Cheng —que no respiraba— apretándolo contra su pecho y se preparó para caer de espaldas. 

Consiguió mantener el equilibrio. Después, vino el regreso a la realidad, la claridad en la vista y al menos parcial en el pensamiento. El pánico a perder seguía latiendo en sus venas pero, incluso temblorosas, las manos de un brujo se mantendrían decididas. Más si le pertenecían a un Lan. Con sumo cuidado, tendió el cuerpo de Jiang Cheng sobre la arena. 

Quizá obró en él el miedo, quizá la precaución por si habían de huir cuanto antes. Lo primero que hizo Lan XiChen fue llevar la vista al mar. Constató no sin cierto alivio que, entre los escasos que quedaban a flote de la armada Wen, todos ardían. Incluso el temido Palacio del Sol se hallaba en llamas. No había actividad ni movimiento en ninguno de ellos. Tras la explosión, el mar se había convertido en una balsa de aceite. Lan Huan soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo y bajó la vista hacia Jiang Cheng. 

No fueron sus heridas las que lo aterrorizaron, su pecho destrozado, el hueco sangrante en el que antes se había encontrado su núcleo ni los latigazos con los que le habían flagelado. Aquello le enfurecía y le rompía el corazón, pero no lo culpaba de la helada que acababa de asolar su alma. 

Jiang Cheng no respiraba.  

Lan XiChen no perdió el tiempo cubriendo su desnudez. Para eso ya habría otro momento. Mientras el pánico le atenazaba la garganta, se forzó a sí mismo a pensar, a no dejar que el terror ralentizase sus acciones ni el curso de su mente. Las directrices de su tío, su rigidez y su autorregulación... todo tenía un por qué. 

Espuma de mar [XiCheng]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora