Capítulo 13: Los monstruos de la nieve devoran a los desdichados aventureros

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Cuando los dos brujos dijeron que bajar la montaña en pleno invierno —justo después de la primera gran nevada, esa que a Lan XiChen y Jiang Cheng tan cómodamente los había encontrado en la cama— era una gesta casi imposible, no mentían. Ni exageraban. Pero si algo recordaban Jiang Cheng y Wei WuXian de sus días de infancia, era que no había nada imposible. No si Jiang YanLi, su hijo y todas las sirenas del archipiélago de Yunmeng estaban en peligro. Y, cómo no, los dos hermanos Lan se habían mirado, se habían comunicado con esa especie de don suyo que no era tal cosa, tan solo la hermandad, y se habían armado con sus espadas, cada uno con un par a la espalda. De aquella guisa, con lo esencial envuelto en dos fardos, se habían embarcado montaña abajo y se habían hundido en la ventisca. Dos brujos, un nigromante y una sirena lejos del mar. A Lan QiRen le habían dejado una carta en el refectorio, al lado el gran magnolio, para que no entrase en pánico cuando se encontrase con que se había quedado solo en un castillo aislado en las montañas.  

Desde que era una cría en un nido acuático, bajo los propios picos de Yunmeng, Jiang Cheng había fantaseado con aventuras, grandes viajes, gestas del tamaño de una odisea, difíciles y gloriosas, de las que se alzaría como un líder capaz de satisfacer a sus padres. Tener que bajar una montaña helada por haberse visto sorprendido y retrasado por las tentaciones de la cama de un brujo no era, sin embargo, lo que su pececillo interior habría considerado una hazaña gloriosa.

Había tormenta, un auténtico vendaval, nieve y truenos. La furiosa y avergonzada indignación de Jiang Cheng bien podría estar empeorando aquel temporal. Lan XiChen lo contempló por el rabillo del ojo. Si su temperamento se descontrolaba, podrían hallarse en serio peligro. Más del que ya corrían al cometer aquella desfachatez.

En mitad de la tormenta de nieve, apenas veían a un palmo de sus narices. Wei WuXian y Lan WangJi abrían la marcha y, ataviados con gruesas capas negras con talismanes tejidos a la tela con los que tratar de protegerse del frío, apenas eran más que un borroso manchón negro delante de sus narices. Jiang Cheng, que se le adelantaba siempre uno o dos pasos, como si no quisiera exponerse al roce de sus manos, y él, en la retaguardia del grupo, la cerraban. Iban a pie, incapaces de conducir ninguna montura por aquellos pasos de montaña anegados de nieve, por aquel bosque de pinos en el que ya hacía tiempo que se habían separado de todo sendero. Solo sabían que bajaban por el tirón del vértigo en las tripas cada vez que alguien amenazaba con resbalar, porque el viento les empujaba hacia abajo. En semejante ventisca, las direcciones se confundían entre sí, y lo único fiable eran los gritos del instinto en su estómago.

Aun así, Lan XiChen trataba de prestar atención a aquel hostil mundo blanco, sus sentidos agudizados aunque le doliesen los oídos, los ojos y no sintiese los dedos bajo los guantes. Ni siquiera con eso oía nada más allá del rugido del viento y, cuando se puso a la altura de Jiang Cheng para hablarle, tuvo que alzar la voz para que la sirena le escuchara.

-Cuando bajemos la montaña -exclamó. De la sirena no obtuvo más que un vistazo de reojo y un asentimiento, muestra de que tenía su atención-, tendremos que buscar el último puerto en el que se vieron barcos de los Wen.

-Puedo conduciros al lugar por el que llegué a los ríos del Continente -le contestó Jiang Cheng, pragmático-. No parecía haber puertos en la costa, pero pasé cerca de una población humana. El agua olía rara. Mal.

-Muchos pueblos vierten sus deshechos en el río. -El brujo le lanzó a su querida sirena una mirada de simpatía cuando la vio estremecerse del asco. No debería, pero estuvo a punto de sonreír aun a pesar de la nieve al ver cómo fruncía la nariz-. Lo identificaremos en cuanto lleguemos.

-¿Cuánto tardaremos?

La sombra de la sonrisa de Lan XiChen desapareció de sus labios. Si pretendía atenuar la tormenta sobre sus cabezas, allí yacía la respuesta que podría enterrarles a todos en un manto de nieve. Apretó el paso para tomar la mano de la sirena. Jiang Cheng no le miró, no dijo nada, pero esos dedos que no acusaban el frío se apretaron alrededor de los suyos. En ningún momento dejaron de caminar mirando dónde ponían los pies.

Espuma de mar [XiCheng]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora