Capítulo 17.

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CUÑADITO

Vicenta

La primera vez que usé una roca para "remover" las impurezas que otros dejaban en mi cuerpo, fue a mis dieciséis años, justo cuando ingresé a la milicia. Ilusamente creí que el hacerlo me iba a regresar lo que me arrebataron, pero jamás fue así. Lo único que lograba era lastimarme la piel y provocarme raspones que al día siguiente me hacían arrepentirme.

Hoy es uno de esos días.

Hace un par de horas, antes de abordar el jet que nos trajo de regreso a Tamaulipas, busqué una piedra en el jardín del hotel. Me bañé en la habitación que Esteban rentó y me froté el interior de mis muslos e incluso la vulva.

Sé que eso no elimina lo que mi esposo hizo, pero al menos me hace sentir menos asquerosa.

Con dolor camino por los pasillos de la Unidad que conozco como la palma de mi mano, pues necesito hacer ejercicio ya que, según me informó el secretario del general brigadier, estaré a cargo de entrenar a los reclutas y tendré permitido pedir apoyo de un cabo, razón por la cual ando en busca de Alekz. No lo he visto desde que estuvo preso en Hierro en junio, es decir, hace tres meses.

Por lo que me contó, Esteban decidió darle un escarmiento por haberse metido en una pelea a puños con uno de los soldados que lo molestan y, encima, le pusieron bandera roja de mala conducta en su expediente.

Debo admitir que no me gustó verlo ahí dentro, pero a la vez me alegró porque no me sentí tan sola. Pese a eso, no puedo creer lo estricto que está volviéndose todo dentro de la UDOE. Por todo están mandando a los soldados presos y me parece injusto que los superiores no se ingresen solitos considerado sus nefastas actitudes.

Y sí, me refiero a Esteban y Bestia.

Ellos son los que deberían estar tras las rejas considerando que ya son veteranos en esto, pero no, claro que jamás harían eso. ¿Por qué ensuciar su expediente de coronel cuando pueden manchar a los subordinados?

Estúpidos, ambos son unos estúpidos y animales.

Por la forma en que se miraban es evidente que tuvieron otra fuerte disputa y eso me hace recordar a cuando tuve que intervenir en Tartús para separarlos porque iban a matarse. ¿Qué diablos les pasa? O sea, ¿por qué están peleando tanto? Se supone que deberían llevarse bien, más considerando que ya trabajaron juntos y que ahora estarán en una misma base por quien sabe cuánto tiempo. Es inaudito que se comporten como niños y estén de lo más felices siendo libres sin recibir castigo alguno mientras yo estoy como una...

Me detengo en seco a medio pasillo, sintiendo como la sangre se me baja a los talones y como el corazón se me detiene al recordar un minúsculo detalle: la tobillera. Esteban no me la regresó después de que llegamos de Alacrán, tampoco vi que la trajera en el hotel de Tulum y mucho menos cuando abordamos el jet. Eso significa que, o la perdió, o adrede lo hizo para perjudicarme en esto.

Agitada, me doy la media vuelta olvidando por completo el entrenamiento ya que eso es lo de menos. Esquivo a algunos soldados que se atraviesan en mi camino y subo trotando las escaleras hacia el piso donde está la oficina del monstruo rubio, no obstante, está vacía por lo cual mis latidos del corazón aumentan más. Doy un rápido giro para salir de aquí y corro con todas mis fuerzas resintiendo el esfuerzo ya que en verdad estoy fuera de forma. Estoy por bajar las escaleras cuando un sonido de alerta se incendia mientras todas las luces de la Unidad son sustituidas por unas de color rojo a la par que las ventanas empiezan a ser cubiertas por blindaje.

Tempestad 1 (Libro 2)Where stories live. Discover now