Capítulo final del tomo 1

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QUIERO QUE BESTIA REGRESE

Vicenta

—La dominación mental es un arte que no todos saben manejar ni controlar —explica el monje del templo, caminando de izquierda a derecha de modo que su Kāṣāya es difícil de ignorar—. Si no aprendes a dominarte, difícilmente lograrás hacer cosas grandes porque de la impulsividad no vive uno. Y aunque a veces ser un impulsivo puede tener su lado positivo, siempre, sin falta alguna, deja alguna secuela.

—¿Qué tipo de secuela? —pregunto con la curiosidad tintineando en mi cerebro como si fuesen poquitos navideños.

—Alguna catástrofe, Vicenta. Imagina que, en medio del impulso generado por querer ganar, le entierras la Katana a un compañero. ¿Qué vas a lograr?

—Matarlo.

—Exacto. Tu impulso te llevará a matarlo, por ende, has causado un daño irreparable —explica, sus ojos recorriendo el resto del salón. Alguien estornuda a mi lado, es Jesús—. Por ello han sido traídos al templo, porque vamos aprender el arte de la dominación mental pues el mundo donde se mueven requiere que aprendan a gobernarse ya que, si no lo hacen, las armas que terminen con la humanidad no serán aquellas que expulsan balas, sino sus propias manos.

Un escalofrío me recorre porque yo no quiero matar a nadie. Ya lo hice una vez a mis quince y desde entonces no he podido estar en paz. Ahorita tengo dieciséis y gracias al cielo no me ha tocado usar ningún arma contra nadie.

—¿Entonces si nos gobernamos seremos buenos soldados? —cuestiona Valentina, el monje la mira haciéndola respingar. Jesús se ríe, pero Sandhi le mete un pellizco.

—Sí, Valentina. Un soldado que sabe tener control de sus pensamientos y cuerpo no será impulsivo, por ende y como única conclusión: no habrá una catástrofe.

—Ok, ok... Impulso igual a catástrofe, creo que lo cacho —murmuro para mí misma, anotando eso en mi cuadernito pues estamos en clases teóricas. De aquí viene la práctica con la Katana esa y debo admitir que me emociona, pero lo que más está llamando mi atención son unos metales en forma de estrella cuyos picos lucen muy filosos. Alzo la mano y el monje se me queda viendo.

—¿Sí, Vicenta?

—¿Cómo se llama lo que está colgado en la pared? —apunto las estrellas metálicas y el monje sonríe.

—Son shurikens, y también aprenderán a usarlos.

—¡Excelente!

El hombre japonés calvo sigue explicándonos cosas, pero la verdad es que yo ya no le presto atención porque no puedo dejar de ver los shurikens cuyos colores negro y plata me están seduciendo.

Cuando se llega el momento de entrenar con la Katana, pido permiso para primero iniciar con esas bonitas estrellas filosas. El monje accede, solo porque dijo estarme observando durante toda la plática así que gustosa, corro a tomar uno. Son ligeros, fríos y muy filosos, esto lo compruebo cuando me pincho un dedo y sangre comienza a brotar. Sé que debería escandalizarme por ver el líquido rojo, pero me pasa todo lo contrario.

—Intenta darle a ese muñeco —me dice el hombre, apuntando a un hombre de silicón negro que está en medio de la habitación. De reojo veo a mis amigos maniobrando la Katana—. Si le das en la cabeza, te regalo una docena de shurikens.

—¿Tan poquitos? —Pero el monje ya no me responde lo cual me hace reír.

Entonces inspiro hondo, coloco el artefacto entre mis dedos como más cómodo me resulte y lanzo fuerte, logrando darle entre ceja y ceja al maniquí.

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Abro los ojos, sintiéndome realmente pesada. Enfoco mi alrededor notando que no estoy en el avión, sino en una habitación de hotel la cual no reconozco.

El pulso se me dispara con violencia y como resorte me incorporo sobre el colchón, pero la sombra que miro emerger del que supongo es el baño, me hace caer de regreso a él.

—Hey, tranquila, pequeña. Soy yo. —La voz de Jesús me entra a la oreja como si fuese una melodía de cuna que relaja los músculos que se me tensaron.

—No me despertaste... —le reclamo, volviéndome a incorporar.

—Lo intenté, pero no respondiste así que me hice cargo de ti.

—¿Me cargaste por todo el aeropuerto?

—Así es —sonríe y va a la pequeña mesa redonda para traer dos bolsas que tienen una grande M color amarilla en el centro. Mi estómago ruge—. Mira, Ricky nos trajo la cena. Son hamburguesas con patatas, aros de cebolla y una ensalada. —Jesús deja las bolsas en la cama y va por una pequeña cajita color negra—. Ah, y el coronel nos ha comprado móviles nuevos para el operativo con lada de la ciudad. El tuyo ya tiene localizador y le instalé un programa para que los mensajes que mandes a nosotros sean encriptados.

—Gracias, Yisus. ¿Sabes si debo pagárselo al coronel?

—Nope, fue regalo.

Mis cejas se alzan ante sus palabras porque no me quiso prestar dinero para hacerme el cambio de imagen, ¿pero sí me regaló un iPhone? Raro, eso es muy raro. Sea como sea, debo ir a decirle que después se lo pagaré. ¿Cómo? Ni idea, pero lo haré. Es por ello que me levanto, pero Jesús niega y me señala la comida.

—Come, después arreglas tus asuntos con él.

—Es mejor que lo haga ahora. No quiero...

—Haz caso, Chenta. Fueron muchas horas de vuelo. Debes comer.

—Está bien, caray —refunfuño, dejándome caer de nuevo en la cama. Abro la bolsa para sacar la hamburguesa—. Duele su indiferencia sabes. Santiago era mi todo y mira nada más como regresó. Es un soberbio, ególatra y agresivo. No escucha razones, no da explicaciones y mucho menos pide una disculpa por haberme dejado. ¿Cómo se supone que deba actuar?

—Tal vez solo necesita tiempo. O sea, recién llegó a México después de tantos años y seguro tiene las emociones a flor de piel. Dale tiempo.

—En Siria no fue así.

—En Siria eran desconocidos.

—¡Pues me trató mejor ahí! Él... me trató mejor —murmuro bajito, mis ojos ardiendo porque extraño a ese hombre.

Bestia es todo lo que siempre soñé del género masculino. Platicaba conmigo, reía, sonreía, me besaba con dulzura y me trataba como una persona, no como Esteban que me trata peor que un animal.

Bestia nunca fue agresivo conmigo, me ayudó en más de una vez y ahora... Ahora ha desaparecido dejando al insensible de Santiago Cárdenas.

Y no me gusta.

Quiero que Bestia regrese.

Quiero que vuelva a ser lindo conmigo.

Quiero al hombre del cual me enamoré.

Porque sí, lo hice, lo quise, pero ahorita no sé si continúo haciéndolo cuando todo lo que me provoca es tristeza y enojo.

CONTINUARÁ...

Tempestad 1 (Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora