Capítulo 4.

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MENTIRAS QUE MATAN LENTO

Vicenta

La casa de los Kozcuoğlu es acogedora, hogareña y siempre me ha brindado tranquilidad porque sé que nada malo me pasará estando cerca de ellos. Pese a eso, los ruidos en mi cabeza me tienen inquieta, sintiendo que las paredes rosa pastel de este lugar me asfixian y tragan viva, todo por culpa de lo que pasó hace dos horas con Esteban tras ese maldito arbusto.

Muerdo con fuerza el interior de mi mejilla, sintiendo como la sangre brota para inundarme el paladar. Su característico sabor metálico me hace tragarlo y gruñir un poco. 

Suelto un chasquido y aprieto los dientes, logrando que estos rechinen fuerte, pero entonces recuerdo que no estoy sola. Regreso de donde sea que me fui solo para ubicar a Sandhi quien tiene el ceño fruncido, está mirándome de forma extraña por lo que el calor se hace presente en mi cara.

—¿Tengo algo en mi rostro? —le pregunto bajito, recordando que, antes de tocar su timbre, me aseguré de remover el pasto y hojas que terminaron en mi cara porque ese encuentro fue salvaje, brutal y violento.

—Estás distraída, Vic. ¿Pasó algo con tu marido?

La simple mención de Esteban me eriza la piel y, si no fuera por las mangas largas de mi chaqueta militar, ella podría notar que efectivamente algo pasó, algo sucio, algo traumático.

—No. Todo bien con él. Solo... Me siento abrumada.

No sé si ella me cree, pero le agradezco cuando suaviza su expresión a una maternal que me hace sentir cómoda, en un lugar seguro.

—Imagino que está resultándote difícil integrarte a la vida militar después de haber estado once meses encerrada en prisión.

—Sí, ajá, es... es precisamente eso —le miento y, para hacer esto más convincente, bufo. Bufo muy fuerte, casi de forma exagerada—. Esto es muy abrumador porque siento que todos avanzaron mientras yo me quedé estancada en el pasado.

Paso la yema de mi índice por la orilla de la taza que tengo encima de mi regazo. Contiene poco menos de un sorbo de chocolate caliente y ojalá pudiese decir que estaba muy delicioso, pero no recuerdo haberlo degustado por haber estado pensando en lo que pasó con ese monstruo.

—¿Puedo decirte algo y no te enojas conmigo, Vic?

—Jamás podría hacerlo, Sandhi —digo inmediatamente, casi de forma torpe, porque si alguien debería enojarse conmigo es ella ya que tengo años mintiéndole respecto a mi vida personal—. ¿Qué pasa?

Mi amiga tuerce un poco el gesto antes de exhalar el aire que seguro contenía para entonces mirarme con expresión preocupante, algo que incendia alarmas en mi cerebro.

Chingada madre, ¿cuándo dejaré de sentir miedo y estar tan inquieta? Es para que ya me hubiese controlado y regresado al estado neutro en el cual me encontré cuando estuve en la cárcel. Además, tengo razones para mantenerme de pie; ser una cobarde llorona nada más me va a perjudicar.

—No me gustó la forma en que Esteban te habló en la junta. De hecho, no me gustó para nada que por su culpa hayas sido encerrada.

Dejo la taza en la mesa ratona y hago acopio de las pocas fuerzas que tengo para mirarla a los ojos. Aquí va de nuevo la mentira porque no soy lo suficientemente valiente para delatar a mi esposo, menos ahora que Jesús se atrevió defenderme, algo que claramente debió enfadarle a Esteban pues él odia que se metan en sus asuntos y, lamentablemente, yo soy parte de esos asuntos porque es mi dueño.

Tempestad 1 (Libro 2)Where stories live. Discover now