Capítulo 25.

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BORRACHA

Santiago

Su cuerpo en el piso es todo un espectáculo de ver.

Tiene muslos y piernas voluptuosas, un apetecible durazno carnoso que me gustaría chupar y morder hasta saciarme, y una diminuta cintura que me encantaría volver a tener frente a mis ojos mientras la embisto duro. No trae bragas lo cual me hincha la verga, y la evidencia de lo que hicimos en Bujía le brilla deliciosamente en su rosada raja que inevitablemente trago saliva porque desearía pasarle mi lengua por esa zona para después penetrarla con mi lengua mientras mis dedos acarician su ano.

—Mira nada más —rio en medio de un carraspeo—, no querías beber el Cognac porque estaba muy caro, y al final lo hiciste quedando así de borracha.

Vicenta se tensa y cierra las piernas.

—Qué te jodan, Santiago —refunfuña, y nuevamente hace el pésimo intento de ponerse de pie.

Mi sombra, esa que se refleja en el pulcro mármol de su casa gracias a los faroles de la localidad, cubre la suya, tan menuda, tan hechizante, tan curvilínea cuando me acerco cauteloso. Procuro medir las reacciones de su cuerpo como si fuese un depredador a punto de encajar el diente en su presa.

Su piel cremosa se eriza y la escucho tragar saliva lo cual me hace esbozar una vil sonrisa. La pongo nerviosa. ¿Y cómo no? Si lo que pasó en ese lugar lleno de humanos solamente acortó más de la cadena que hace años nos ató.

Sigo enojado al saber que está casada con ese pendejo, pero eso no me impedirá tirármela cada que deseé porque su cuerpo me pertenece desde que la miré en aquella pocilga en la cual nos criamos.

—¿Y si me jodes tú no crees que sería más rico? —Un jadeo se le escapa de la boca ante mis palabras, y a cómo puede se gira con rapidez tras levantarse.

—Mira —espeta de mala gana con tono achispado. El deseo que posiblemente siente le escala hasta los pezones, endureciéndoselos, eso lo noto perfecto a través de la fina tela de su vestido plata. Sonrío de lado al ver que su respiración se torna errática y me relamo los labios sin dejar de mirarla—. ¡Ahí no, imbécil! ¡Ahí no mires!

Se cubre sus senos con ambas manos de manera muy torpe y da tres pasos atrás como borrego asustado. Carcajeo fuerte y tal pareciera que mi risa retumba en su pecho y coño porque el primero lo eleva en una dura inspiración mientras al segundo le da un rejuntón con sus carnosos muslos. Sus mejillas se tornan violentamente rojas.

Exquisita.

Vicenta es exquisita.

—No especificaste dónde —me encojo de hombros—. ¿Ocupas ayuda para entrar a la ducha?

—No. Yo puedo sola.

—Mmmm, ok. Cierra la puerta entonces que pueden entrar a robar —le digo esto para asustarla, pero claro está que no permitiré que eso pase ya que antes le atesto una bala al imbécil que intente quitarle sus cosas.

Me doy la media vuelta sin esperar nada más. Después de todo solo quería asegurarme que la trajeran a casa sana y salva porque una mujer borracha junto a otros borrachos no da buenos resultados sin importar si son amigos.

Estoy a nada de pisar fuera cuando su delicada mano me detiene. Se estrella contra mi espalda. Sisea.

—Ayúdame —su voz es apenas un sexy suplicio ahogado que me endurece más la verga. Con mi mano la acomodo. Lleva toda la noche así incluso cuando obtuve mi orgasmo al cogérmela. Soy un puñetero desastre lleno de testosterona y todo es su culpa—. ¡Pero sin ver! ¡Y sin acercarte que huelo a vómito, licor, sexo y sudor!

Tempestad 1 (Libro 2)Where stories live. Discover now