Capítulo 40.

2.1K 185 11
                                    

PELIRROJA DE OJOS GRISES

Vicenta

El coronel sale hecho un animal rabioso de mi dormitorio, y una gélida risa escapa de mi boca. ¿Quién mierdas se cree para tratarme como basura y luego venir a consolarme? A mí no me vas a tratar como excremento para luego venir arrepentido. ¡Mierda! ¡Le abrí mi corazón! Le dije todo lo que he callado durante años y, ¿así me pagó? ¿Llamándome contaminación? Qué se joda. Suficiente tengo con permitir que Esteban me trate como un pedazo de estiércol como para tolerar que venga él a tratarme peor.

Termino de empacar mis cosas para luego darme una corta ducha. Rasuro lo que debo rasurar, limpio bien cada recóndito lugar de mi cuerpo y enjuago bien mi cabello. Al salir lo seco y lo dejo suelto. Me visto con un pantalón ajustado y una blusa simple color negra con el logo de Guns N' Roses. Maquillaje no uso esta vez, aunque debería para así cubrir que estuve llorando.

Alguien tocar mi puerta me hace resoplar en alivio. Cuando abro me lanzo a los brazos de Jesús.

—Muchas gracias por hacer esto por mí, Yisus.

—Soy tu mejor amigo, pequeña. Hacer esto es un placer.

Jesús me entrega los mil pesos que le pedí prestados y junto a mí sale de la UDOE para dirigirnos al salón de belleza que está a un par de cuadras de aquí, uno que afortunadamente está abierto las veinticuatro horas del día.

Lo que le dije a Santiago fue solo una vil mentira con intenciones de herirlo. Quise hacerlo sentir tan miserable como yo me sentí cuando él me negó su ayuda. Tan solo quería un préstamo monetario, pero optó por ser cruel conmigo.

El camino al salón es agradable. Jesús me cuenta que, en el tiempo en que estuve presa en Hierro, una chica del Supermercado Militar le pidió su número de teléfono y él se lo dictó sin problema alguno. Han estado hablando durante un par de semanas y cree que es tiempo de ir a una cita oficial con ella. Claro, esto pretende hacerlo cuando volvamos de Los Ángeles.

—¿Entonces haremos una fiesta para dejar atrás tu soltería? —le pregunto, dándole un empujoncito juguetón en su hombro. Mi amigo ríe fuerte.

—¡Ojalá! —me pasa un brazo por encima de mi hombro para acercarme a él. Y aunque en un principio me tenso, me recuerdo que Jesús no es como los hombres que me han herido. Él es bueno y lo quiero mucho—. Ya tengo ganas de hacer cosas de pareja, sabes.

—Y yo de ayudarte a pensar qué le puedes regalar a tu chica.

—¿En verdad lo harías?

—¡Por supuesto!

Llegamos al salón veinte minutos después, y una vez ahí pido de favor que me decoloren y tiñan el cabello a un rojo natural. La mujer me dice que tardará un par de horas y honestamente eso no me preocupa. Jesús logró cambiar el horario de nuestros vuelos así que hay tiempo.

Él me espera en una de las sillas mientras yo me siento frente al enorme peinador rectangular con bombillos en todo el marco. Me permito cerrar los ojos mientras ella hace su trabajo. No sé cuánto tiempo pasa, pero lo cierto es que, cuando vuelvo a abrirlos, las horas han pasado y mi cabello azabache ya no existe. En su lugar, está un hermoso color cobrizo que hasta de nacionalidad me ha cambiado. Luzco hermosa y el flequillo solo me hace lucir más joven.

—Muchas gracias —le digo a la señora, pagándole el dinero correspondiente, es decir, los mil pesos que Jesús me prestó. Mi amigo, en cuanto me ve, sonríe en aprobación.

—Olvidé comentarte algo —comparte mientras salimos del salón de belleza para regresar a la Unidad por nuestras maletas.

—¿Qué sucede?

la máquina dispensadora, y los guardias de seguridad entraron en cuanto la alarma se activó. Lo persiguieron porque echó a correr tras robarse unos mazapanes.

No puedo creer lo que dice y la risa que desea escapar de mi boca la reprimo.

—Cobarde —me encojo de hombros, restándole importancia, pero claramente imaginando la escena de él cometiendo actos delictivos por unos simples dulces.

—Lo es. ¡En fin! Iré por las maletas, mientras pide el taxi.

—¡A sus órdenes, mi capitán! —le guiño el ojo. En menos de dos minutos Jesús regresa a mi lado y, cuando el taxi llega, lo abordamos.

El recorrido al aeropuerto civil dura una hora, llegamos justo cuando nuestros vuelos están abordando. Pasamos por el protocolo debido cuando siento un tirón en mi brazo.

—¿Qué pasa, Yisus? —pregunto, para luego seguir caminando a su lado. Tuvo la fortuna de encontrar lugar al lado de mi asiento.

—Pasa que en verdad te ves demasiado chula con ese tono de cabello, pequeña —se acerca y besa mi frente con ternura, de manera sonora—. Si antes no parecías mexicana, ahora menos. ¿Ya viste cómo te miran las personas?

Con disimulo volteo a mi izquierda y noto a un grupito de chicos y algunas chicas mirarme de arriba abajo. A mi derecha también hay personas mirándome, pero es cuando cruzamos la puerta para ir al avión, que siento la intensidad de todos.

—Tal parece que nunca han visto una pelirroja —digo con el tinte de nervios en la voz. No me gusta ser el centro de atención en multitudes así.

—El problema no es el pelo, bueno sí —ríe y subimos al avión—. El verdadero problema es que eres una pelirroja de ojos grises, algo que, sinceramente, es raro de ver. Normalmente hay pelirrojas de ojos azules o verdes, pero nunca grises y menos con tu gris. O al menos yo no las he visto.

Mis ojos son algo raros. A veces se tornan de un gris traslucido al centro mientras que en las orillas se forma como un halo negro fino que me da una mirada más felina. Encima, la pupila suelta como destellitos negros por todo mi iris dándole un aspecto más intenso. Pero hay veces donde lo gris se torna oscuro, como si fuese plata derretida. No sabría explicarlo bien. Solo sé que debido a ellos he tenido más atención de la que me gustaría pues todos piensan que son pupilentes cuando no es así. Llego a mi asiento y me vuelvo a mentalizar que todo saldrá bien. Encapsulo el dolor que siento estrangularme el pecho, es lo mejor, ahorita no ocupo distracciones.

—Me voy a dormir un rato —le digo, sacando una píldora de mi pantalón. Me la trago y bebo del agua que nos ofrece la azafata—. ¿Podrías despertarme una hora antes de llegar? El medicamento me noquea bien bonito y si no me hablas me voy a quedar tan tiesa como un fósil y capaz me dejan en otro país.

Jesús echa a reír.

—Claro que sí, Chenta. Descansa, yo te cuido la espalda.

Cierro mis ojos y tal como si llevara años sin dormir siento que poco a poco mi cuerpo va entrando en un estado de relajación absoluto gracias al medicamento.

Tempestad 1 (Libro 2)Where stories live. Discover now