Capítulo 18.

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Antes de que inicies el capítulo me gustaría pedirte que por favor no olvides dejar tus impresiones de lo que leíste. Eso no solo ayuda a que más lectores se animen de seguir con la novela, sino que me da ánimos para seguir pues en verdad amo leer sus opiniones. Sin más, los dejo disfrutar❤️


UN VIL CIEGO

Santiago

Lava corre por cada maldita vena de mi piel. Los puños me pican por estrellarse contra alguien porque la relevación que han hecho de forma burlesca no me la esperé y me siento malditamente traicionado, como un auténtico payaso y eso me tiene más que emperrado porque en mi puñetera vida se habían reído en mi jeta de esta manera, menos con un tema que es delicado para mí.

Escucho pasos tras de mí y no me importa. ¡A la verga! Agarro a la persona de la camisa para soltarle puñetazos mortales que lo dejan en el piso. Golpeo duramente contra su pecho, costillas, y rostro que solo escucho quejadera y poco me importa porque ahorita tengo la vista nublada de la ira.

¡¿Cómo pudo verme la cara de pendejo?! Lo primero que le dije es lo primero que hizo el gran hijo de la puñetera verga. ¡Lo voy a matar!

—¡Cálmate! —gritan bajo de mí y lo reconozco. Es Esteban.

Con más razón le meto más golpes ya que tranquilo no me quedaré y no pienso reprimirme como lo hice en Siria. Por ello, saco mi navaja y sin pensármelo dos veces le incrusto con violencia la punta metálica justo en su bíceps para así descender y rajar hasta la fosa cubital que desgarro de manera sanguinaria, bestial. Un asqueroso chorro carmesí escurre por la banqueta al tiempo que él suelta alaridos que poco me importan.

—¡¡Te dije que no te acercaras a su coño y te valió verga!! —reprocho, tomándolo del cuello y arrastrándolo contra un árbol donde le clavo la navaja en su palma derecha.

—¡A mí nadie me prohíbe nada y tú lo sabes bien! —se ríe en medio del dolor. Intenta quitarse la navaja, pero no lo dejo. En cambio, saco otra y hago lo mismo con su otra mano dejándolo como esa figura católica que todos alaban en la cruz.

—Ahora entiendo por qué andabas tan escurridizo, hijo de perra —escupo, tronándome los dedos. Lanzo un puñetazo directo a su hígado hasta ver cómo busca doblarse, pero no puede porque las navajas lo mantienen en su lugar—. Cuando te pregunté por ella en Siria dijiste que seguía escribiendo sus cuentos, que no le estabas rondando como buitre porque te resultaba una mujer muy aburrida, pero era mentira. Cuando en Chipre te exigí que me contactaras con ella porque deseaba escuchar su voz, me ignoraste. ¡¡Eres una puñetera rata mentirosa!! —Mi rodilla impacta contra su entrepierna y Esteban escupe sangre—. ¡Verga contigo, Morgado! ¡Ella es mía, tú lo sabes desde hace mucho y aun así la tocaste! ¡Incluso te casaste con ella, maldita sea!

—¡Y no me arrepiento de haberlo hecho! —revela, ganándose otro puñetazo junto a un rodillazo—. ¡Así me mates, siempre recordarás que tu hermanita fue mía y me cabalgó durante siete años la riata mientras tú estaba jugándole al soldado en Rusia!

No sé cómo le hace, pero se arranca las navajas dejando en claro que, al igual que yo, cuando está enojado no razona. Sangre chorrea a borbotones de su piel y noto como por nanosegundos hace una mueca de dolor para después camuflarlo. Verlo solo me hace querer matarlo.

—Confíe en ti —le espeto en tono bajo y mortal, mi pecho subiendo y bajando por lo difícil que me resulta respirar. Saco mi arma para quitarle el seguro y apuntarlo—. Jodidamente confíe en que la vigilarías, en que la cuidarías..., ¡¿Y así me pagas, bastardo!? ¡¿Casándote con ella y colocándole tu asqueroso apellido?!

Tempestad 1 (Libro 2)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum