Capítulo 34.

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UN HOMBRE DE LA VIDA CRIMINAL

Esteban

Aeropuerto Tokyo Haneda

Los monstruos, las bestias y la muerte están infiltrados entre nosotros, solo que no los vemos. Muchos de ellos se visten de abogados, arquitectos, maestros, ingenieros, doctores, enfermeros, soldados o simples vendedores ambulantes de algún producto comercial.

Fingen ser normales y morales, pero son todo lo contrario. Son sanguinarios, salvajes, letales, sádicos e inhumanos. Algunos lastiman bajo órdenes de un jefe, otros como respuesta a un grotesco estímulo u amenaza, y otros por mera diversión. Ninguno de los tres es bueno pues en ellos la locura raya en las tendencias psicopáticas que un criminólogo, psicólogo o psiquiatra definitivamente internaría en alguna clínica o mandaría a la cárcel pues existe una escala que mide los niveles de maldad donde el número veintidós es el peor.

La pregunta es: ¿amarías a un monstruo?

Hay algo llamado hibristofilia, en donde la mujer o el hombre se siente atraído por una persona como la que he descrito. Sean asesinos, violadores e inclusive maltratadores, es algo que simplemente no les importa ya que la atracción sexual y emocional es tan grande que romantizan la situación.

Dicha fijación o dicha atracción surge porque se dice que existe alguna carencia en su autoestima pues, en su infancia, fueron privados de muchísimas cosas como el afecto que se supone debería darte tu padre y tu madre.

Existen dos categorías en este fenómeno, siendo la activa aquella persona que es cómplice de su pareja criminal, mientras que la pasiva solamente muestra su admiración y apoyo, más no participa en actitudes ruines ni delictivas por lo que solo demuestran su enfermizo amor por el monstruo, la bestia o la muerte.

Se dice que existe una gran distorsión en cómo las parejas de los criminales interpretan la violencia pues, para ellas o ellos significa un equivalente al poder y la fuerza. Sin embargo, y personalmente, considero que tal "fenómeno" es pura mierda. Aquí se ama, admira y apoya al que se desee. Categorizarlos o encasillarlos en un término es simplemente absurdo porque no está 100% comprobado que esto pueda ser llamado un trastorno como tal.

Camino por el aeropuerto de la prefectura de Tokyo con el mentón en alto, destilando lo que tengo y eso es poder e inteligencia. Sobre mi hombro cargo una maleta Tumi Alpha que compré hace unos minutos ya que pretendo surtir mi armario en mi país favorito pues no traje nada de ropa conmigo más que la visa, pasaporte, tarjeta de crédito y boleto de avión.

A lo lejos vislumbro el taxi que me llevará a la ciudad eléctrica, es decir, a Akihabara, zona donde estaré hospedándome pues, acorde a mis investigaciones, los Nakamura gobiernan las regiones de Kantō y Kyūshū, algo que me sorprendió porque entonces significa que la Yakuza se dividió las ocho regiones de Japón. En este caso, el clan que es mi objetivo tiene dos, a lo que supongo que el resto también tiene dos.

Salir al exterior del aeropuerto es quedarme embobado viendo una gama de colores rojos, amarillos y naranjas por todos lados pues en este lado del mundo también es otoño, solo que aquí se ve mucho mejor.

Cuando termino de empaparme de la naturaleza, bajo la mirada al carro amarillo cuyo conductor está en el interior. El auto tiene múltiples anuncios en el lado de las puertas, sobre todo, se muestra uno muy grande en color azul que básicamente anuncia la aplicación por la cual ordené uno.

Abro la puerta y el hombre me saluda con un «Buenas tardes», en japonés. Noto que lleva un gafete el cual dice «Katsumoto». El hombre me pide la dirección del lugar a donde quiero ir por lo que doy la que me entregaron antes de bajar del avión pues me encargué de rentar un pequeño departamento que no levante las sospechas de nadie. De hecho, a cada uno de los soldados que vienen conmigo, les renté en diferentes lugares ya que debemos tener ojos a lo largo y ancho de las regiones que gobiernan los Nakamura.

Tempestad 1 (Libro 2)Where stories live. Discover now