Capítulo 36: Las rubias son más divertidas.

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Con el grito de Rosé, Lisa llegó más rápido aún al gran encuentro. A la primera persona que Lisa vio fue a su madre, pero inmediatamente su cabeza giró a la mujer que tenía las gafas puestas y que con la poca fuerza física que tenía, sostenía por los brazos a una furiosa Jane.

—¿Qué... qué... qué... qué hacen acá? —finalmente preguntó—. ¿Rosé... qué...? —en cuanto la cabeza de Lisa giró para buscar a su novia, la encontró con su mirada fija en otra cosa.

La mirada de Rosé estaba derecha y un poco inclinada hacia abajo, a la pelinegra no le quedó de otra que seguir su línea de visión.

—¿Rosé, qué...? —la pregunta murió en su garganta cuando los ojos de Lisa encontraron a la misma pequeña que la empresaria miraba con gran atención.

La niña tenía el mismo color de cabello que Lisa y al igual que la pelinegra, también lo llevaba suelto y desordenado. Sus pequeños zapatos de suela blanca y lona azul estaban desatados. Tenía un pantalón desgastado y una camiseta roja con un dibujo de un patito de hule estampado. El color rojo parecía predominar porque la mochila que tenía la pequeña sobre sus hombros era de esa misma tonalidad, aunque el conejo medio destrozado que tenía agarrado fuertemente en uno de sus brazos era celeste y parecía bastante sucio

La mano libre de la pequeña estaba en su boca, la niña se chupaba el dedo como si su vida dependiera de ello. Sin embargo, lo más impactante de la pequeña y por lo que Lisa se dio cuenta que estaba nada más y nada menos que en presencia de su hija, fue la forma en que con su cuello torcido y con sus grandes ojos cafés miraba a Rosé. La mini pelinegra miraba a la rubia con la misma obsesión que lo hacía Lisa y hasta la misma Beth. Al igual que Beth y que Lisa, la niña se había enamorado a primera vista de la empresaria y eso para Lisa valía más que cualquier prueba de ADN. Por su parte, Rosé miraba a la pequeña con una mezcla de adoración y ternura que llamaba la atención de todos los presentes.

La pelinegra empezaba a caer en cuenta poco a poco de lo que estaba pasando e intercalaba sus miradas entre la gente mayor que esperaba su reacción y entre Rosé y la niña que no dejaban de mirarse mutuamente.

—No, no, no es cierto... —los pies de la tatuadora retrocedían como si tuvieran voluntad propia y la cabeza de la chica se agitaba de forma negativa sin pausa alguna—. No... no... no puede ser... —la necesidad de salir corriendo de ese lugar la llenaba y las miradas que estaba recibiendo de las cuatro mujeres mayores no ayudaban en nada. Una vez más, Lisa Manobal había hecho algo mal. Sus pies se movieron más rápido esta vez y con un rumbo definido.

—¡Ah no! ¡Eso sí que no! —el silencio de la sala que solo era interrumpido por los constantes movimientos negativos de Lisa y su respiración agitada se rompió cuando Jane pudo soltarse de su hermana y se fue inmediatamente contra la tatuadora—. ¡No pienso permitir que huyas como una cobarde!

A pesar de los muchos años que le llevaba a la joven, Jane llegó antes de que la pelinegra pudiera siquiera pensar qué le impedía moverse. El problema fue que Jane no la tomó del brazo ni de la cintura, ni del hombro, Jane fue por la parte dolorosa.

—¡Auch, auch, auch! —la pelinegra se retorció en cuanto la melliza tuvo entre sus manos el miembro de ella—. ¡Auch, auch! ¡Dueleeee! ¡Duele muchooo!

—¡Y te va a doler mucho más! —le advirtió la mujer—. ¡¿Cuántas veces te dije con Ana que usaras protección, Lalisa?! ¡¿Cuántos paquetes de condones te compré?! ¡Dímelo, por la mierda, dímelo! —acompañó el grito con un apretón.

—¡Auch! ¡Muchas, muchas! ¡Auuuuch! —la pelinegra no la estaba pasando para nada bien—. ¡DUELE!

—Jane, por favor, tranquilízate. Y no digas groserías —le pedía su hermana.

NO SOY PARA TI / CHAELISA G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora