Capítulo IV: El carcaj de cupido, no solo trae flechas de amor.

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Emily corrió hasta que sus pulmones quemaron y sus pies adoloridos se negaron a continuar, a su alrededor ya no quedaban jóvenes despavoridos

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Emily corrió hasta que sus pulmones quemaron y sus pies adoloridos se negaron a continuar, a su alrededor ya no quedaban jóvenes despavoridos. Estaba sola, en la amplia calle llena de almacenes y pequeños locales, todos cerrados, sin excepción. En el trayecto no vio ni a un guardia ni policía, ¿Por qué habría? La gente estaba tan acostumbrada a los toques de queda, que no era necesario que las autoridades patrullaran.

Todos estaban acostumbrados menos los jóvenes universitarios, claramente. Siguió caminando, deseosa por llegar a casa y quitarse las botas, eran una belleza de cuero que en definitiva, no estaban hechas para correr cinco manzanas. De nuevo, escuchó el aullido del licántropo desgarrando el silencio de la noche, había poca probabilidad de que fuera tras ella, con tantas opciones esparcidas por la ciudad, ¿Por qué la elegiría a ella?

Caminó más a prisa, deseando que el animal se perdiera entre las calles o al menos, que se entretuviera con alguien más. Sin embargo, la suerte no estaba de su lado, y al cruzar la esquina, se encontró frente a frente con la bestia «Definitivamente, los dioses me odian» pensó, incapaz de mover un musculo.

¿Cuáles eran las probabilidades de que el licántropo la persiguiera justo a ella? En una ciudad tan pequeña como Missoula, era imposible que solo hubiera un hombre lobo, aquellos que sobrevivían a los ataques y osaban vivir, después de los tres días de fiebre, inevitablemente se convertían en aquello que casi los mata. Un pueblo pequeño con un licántropo, significaba problemas en luna llena.

Las grandes ciudades, tenían ahora algunos establecimientos donde los licántropos podían resguardarse en luna llena, los gobiernos habían entendido que los mortales infectados, no tenían la culpa de tal desgracia y en vez de matarlos o encarcelarlos los ayudaban durante estas épocas. Lamentablemente, Missoula no era una de esas grandes ciudades.

Emily observó a la bestia que aún no se había percatado de su presencia, incapaz de respirar por el miedo que le ocasionaba siquiera pensar en hacer algún ruido. Entendió que no podía quedarse allí toda la noche, eventualmente el animal que estaba distraído con unos botes de basura, volvería la cabeza y la vería petrificada como una estatua de mármol antigua.

Entonces, decidió retroceder, un pie a la vez, lo más lento que su cuerpo se lo permitía. Por desgracia, sus magníficas botas de cuero chirriaron, y los licántropos eran bien conocidos por su excelente sistema auditivo. El monstruo alzó la cabeza peluda con curiosidad y sus ojos inyectados de sangre se posaron inmediatamente sobre la joven pelirroja.

Arremetió contra ella siguiendo su instinto animal, al mismo tiempo que aullaba en señal de que había encontrado una presa viva. La chica se encontró corriendo de nuevo, esta vez con su vida literalmente dependiendo de ello. Él lobo la superaba en tamaño, en peso y en velocidad. Era obvio que tenía la batalla perdida y en poco tiempo seria comida de perro para llevar.

No le importó, siguió corriendo a la vez que gritaba en busca de auxilio, esperando que alguna alma se apiadara de su infortunio y le abriera la puerta de algún local, nadie apareció. Cuando sus pulmones comenzaban a rendirse, sintió el calor del aliento de la bestia cada vez más cerca. «No puedo morir así, no puedo acabar de esta manera» pensó, sin dejar de correr, incapaz de mirar atrás y aceptar el cruel destino.

El castigo de Afrodita [En pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora