Capítulo XII: Esta vez, no te fallaré

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—Soy un idiota —era la tercera vez que se lo decía y aun así no era suficiente para él. Observó el pequeño pueblo de Coutts, con menos luces encendidas que cualquier ciudad que él hubiera visitado desde hace milenios. El cartel del motel donde estaba sentado, no era el punto más alto del pueblo, sin embargo, la vista era igual de agradable.

Encontraba paz en los sitios altos, en las ciudades dormidas y en las luces que simulaban ser estrellas en el horizonte. Eso era lo que tanto había buscado en milenios, paz. Había conseguido un poco de ella, unos siglos después de su tormentosa pérdida y ahora, ahora su progreso estaba arruinado, por entrometerse de nuevo en la vida de una mortal. Un ulular agitado lo sacó de sus cavilaciones, reconocería ese cantó entre miles de aves.

—¡¿Orión?! —gritó, incorporándose con bastante agilidad y equilibrio a pesar del lugar donde se encontraba. Su fiel amigo no solía estar agitado, algo malo ha de haber ocurrido. La lechuza apareció en el horizonte, su plumaje platinado reflejándose con la luna—. ¡¿Qué sucede?! —el ave revoloteó sobre su cabeza en círculos—. ¿¡Que una qué?!

Eros desplegó sus alas y en un parpadeo ya se encontraba volando. «Te necesito, ahora. Ven armado» rugió en sus pensamientos dirigiéndose como un bólido a la casa de Emily. Al sobrevolarla, vio varios vecinos aglomerados en la calle de al frente, muchos con celulares en sus manos y armas improvisadas.

Un escalofrío recorrió su espina y no dudó dos veces en bajar. Para su suerte, todos estaban bastante concentrados en la puerta y ventanas de la oscura casa, como si esperaran que algo o alguien, saliera de pronto para atacarlos.

—Vine tan rápido como pude. ¿Qué sucede hermano? —Himeneo apareció unos segundos después con el arco en sus manos, había llegado tan apresurado que no se percató de los humanos y lo mucho que desentonaba su toga.

—Cámbiate, hay una quimera. Tenemos que entrar —Himeneo se cambió con una mueca y un chasquido de sus dedos.

—¿Una quimera? ¿Desde cuándo intervenimos en los problemas de los mortales?

—Desde que la mortal inmune a nuestras flechas está encerrada con ella —gruñó Eros sintiendo su sangre hervir. Atravesó la pared de vecinos, quienes temerosos le aconsejaban que no se acercara a la casa. Himeneo lo siguió incapaz de abandonarlo en una situación como esta, aunque no comprendía mucho porque aquel debía ser su problema. Cuando llegaron a la puerta, la manilla quemó la mano del dios.

—Intervención divina —susurró. Himeneo intentó abrirla y obtuvo el mismo resultado—. ¿Al mismo tiempo?

—No queda de otra —intercambiaron miradas y sin pensarlo, actuaron casi coreografiados. A veces, entre ellos las palabras no eran muy necesarias. Embistieron contra la puerta hasta que desencajaron el marco completo. Ningún humano, podría ser capaz de abrir una puerta cerrada por un dios.

La casa estaba en completo silencio y oscuridad, los hermanos comenzaron a dividirse entre el primer piso, como si hicieran este tipo de operaciones todos los días, con el arco y flecha cargados en sus manos. Algo iba mal en ese lugar, las quimeras no eran tan silenciosas. Al menos, no lo eran cuando andaban por su cuenta.

Al llegar a la cocina, hizo una mueca al encontrarse con la carnicería que el animal había hecho. Todo su cuerpo se tensó al siquiera imaginarse, que el cuerpo mutilado pudiera ser de Emily.

—Margaret... —susurró con un poco de tristeza en su voz, la Sra. Dimou no había sido su humana favorita, pero no se merecía un final tan horroroso.

Eros probó la puerta trasera de la cocina, la manilla igual le quemó su palma. «Esto fue premeditado» pensó, compartiendo sus pensamientos con su hermano. En medio del silencio y el cuerpo destrozado de la cocina, escuchó un grito que consiguió helarle la sangre.

El castigo de Afrodita [En pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora