Capítulo VIII: Una noche en casa Addams

40 9 16
                                    


—¿Qué hacen aquí? ¡Dijeron que no vendrían! —Emily vio a Isabel, Martin y el séquito de sus sobrinos parados en el umbral, su hermana cargaba a su sobrino de un año y su cuñado acarreaba a los dos diablillos junto una botella de vino.

—Martin salió temprano y le pareció buena idea visitar a la familia, no todos los días vienes al pueblo —dijo Isabel con una sonrisa forzada. Los pequeños terremotos entraron a la casa sin saludar en medio de gritos y risas, el bebé lloraba y Martin sonreía un poco avergonzado.

—Qué bueno verte Emi, sigues tan linda como cuando te fuiste —se encogió de hombros al ver la mueca que hacía su hermana, la cual entró a la casa empujándola un poco, se disculpó falsamente echándole la culpa, al hecho de que no se acostumbraba a la circunferencia de su vientre y todo se llevaba por delante.

—Je, je, gracias, si quieres me encargo de eso —tomó la botella de sus manos invitándolo a pasar, intentó ignorar las miradas incómodas que su cuñado le hizo al entrar, Martin era un buen hombre, que no pudiera controlarse cuando el trasero de Emily le pasara por un lado era otra cosa.

—¡Isabel! ¡Niños! Emi nos dijo que no podrían venir esta noche, ¡Que sorpresa! —exclamó con emoción una mujer madura, pero no lo suficiente como para tener tres hijas adultas y cuatro nietos, con otro en camino—. Haré que pongan más espacio en la mesa, ¡Theo! ¡Llegaron los niños!

De las escaleras en el corredor, apareció un hombre cuyos tobillos apenas parecían capaces de soportar su peso. Theo, el padre de Emily bajaba a paso lento, escalón por escalón, apoyándose en la pared y los barandales a su lado. Cada queja que se oía en su tortuoso descenso, solo eran un recordatorio para las hermanas de todas las habladurías del pueblo, que insinuaban la dudosa unión de sus padres.

¿Cómo una mujer tan joven y atractiva podría casarse con ese adefesio? ¡Es imposible que pueda amarlo! ¡Es obvio que solo ama su dinero! Eso y mucho más murmuraban los vecinos desde que las tres tenían memoria. Emily le sonrió a su padre haciendo un esfuerzo por olvidar los malos comentarios, sea como sea que haya conseguido una mujer como su madre, no le importaba. Los amaba con locura, independientemente de cuanto pelearan o que poco amor últimamente se demostraran.

—Emi, se buena niña y ayúdame ¿quieres? —le dijo con gotas de sudor en la frente. Sin dudarlo ayudó a su padre a terminar de bajar las escaleras, una vez listo el hombre luchó por recuperar el aliento—. Debería instalar un ascensor.

—Quizás deberías bajar de peso —Theo se carcajeó.

—Hay un tiempo para todo mi niña y mi tiempo de adelgazar, ya pasó —esa era su clásica respuesta cuando se trataba de algo referente a su salud, Emily a veces se preguntaba, si su padre estaba resignado a la muerte, incluso cuando aún no llegaba ni siquiera a los setenta años.

—Invité a un amigo a cenar, espero que no haya problemas. No pensé que Isabel vendría —ambos se dirigían al salón, donde estarían el resto de los invitados. Su padre la vio con una ceja levantada.

—Debe ser especial, si quieres que conozca a sus suegros. Nunca traes a ningún novio a casa —Emily le dio una pequeña palmada en el hombro.

—No es mi novio, nos conocimos la semana pasada y está de paso en el pueblo. Pensé que le haría bien una comida casera —Theo sonrió incapaz de creerse ese cuento.

—Como digas mi niña, como digas.

Llegaron al salón donde todos los adultos, se encontraban en el umbral como si de estatuas se trataran. Algo que preocupó a Emily era que el silencio los rodeaba, cuando sus sobrinos estaban en casa, el silencio no era una opción. Se abrió camino entre su madre, hermana y cuñado para ver el motivo de la quietud.

El castigo de Afrodita [En pausa]Where stories live. Discover now