Capítulo XIII: Mensajeros de dioses, paquetería y secretos

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—¿No se supone que son los dioses más veloces y puntuales? ¿Dónde demonios están? —gruñó, caminando en círculos con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta de cuero.

—También son los más ocupados, hermano ten paciencia —replicó Himeneo poniendo los ojos en blanco—. Hace mucho que no volvías a casa —paseó su mano por uno de los muebles, que aparentaban ser del año dos mil antes de cristo—, necesitas redecorar...

—¿Tú hablando de redecorar? Usas las togas que estaban de moda en la edad dorada —Himeneo bufó, planchando su ropa decentemente con sus palmas.

—Es la moda en el olimpo, que no lo visites muy seguido es otra cosa. Además, estamos hablando de muebles —está vez, Eros fue el que puso los ojos en blanco.

—¿Qué importa? No pienso traer visitas próximamente.

—¿Hermes e Iris no son visitas? —Himeneo observó el palacio a su alrededor, en una época estuvo lleno de vida, luz y amor... ahora solo quedaban ruinas empolvadas, donde los recuerdos tristes eran los únicos habitantes—, ¿Qué me dices de Emily?

Eros detuvo su ansiosa caminata por el salón, como si escuchar el nombre lo hubiera clavado al suelo.

—¿Qué pasa con ella?

—Te vi con ella anoche, parece alguien... digno de invitar a casa —Eros lo vio con una ceja alzada—, no sé, no creo que le guste sentarse entre polvo y telas de araña.

—¿Por qué piensas que la traería a casa para empezar?

—Me dio la impresión.

—Pues estás equivocado. Además, conoces las órdenes de Zeus.

—Sus órdenes son no revelarse al mundo, más no, traer invitados a casa —Eros resopló con ironía—. Sabes que eres su nieto favorito, o al menos uno de los favoritos, estoy seguro que no se molestaría. Tal vez, esté muy feliz de que consiguieras una amiga —el dios restregó su cabello con una mano, asimilando los comentarios de Himeneo—. ¡Vaya! ¡Una sonrisa! Hace milenios que no veía una en tu rostro.

—Si sonrío es porque hoy estás graciosísimo, querido hermano.

—Y tú... ¿Estás cambiando de nuevo tu cabello? Tienes mechones dorados —Eros se acercó a uno de los espejos manchados por el tiempo que tenía en el gran salón, observó su reflejo con escepticismo, notando pequeños reflejos dorados, rastros de su antiguo color de cabello, emergiendo desde las puntas. Su cicatriz también se notaba un poco más tenue.

—Curioso, no me había fijado —murmuró alejándose del espejo, sin brindarle mucha importancia—. Maldita sea ¡¿Dónde están?!

—Tienes muchas esperanzas en que Hermes nos ayude con esta situación. ¿Recuerdas que cuando se trata de secretos, es su trabajo mantenerlos? —Eros bufó.

—¿Estamos hablando del mismo Hermes? ¿Acaso en mi ausencia finalmente decidió hacer bien su trabajo? —Himeneo se encogió de hombros.

—En teoría, siempre debería hacerlo, si Zeus se entera...

—No hará nada, como siempre. Él es uno de los que se beneficia de los chismes de Hermes e Iris.

Casi como si los hubieran anunciado, un pequeño temblor en el ambiente, un ligero cambio en el aire, señaló la llegada de invitados al palacio. Por el enorme balcón que daba a uno de los mares de nubes del olimpo, aterrizó una delgada mujer con alas transparentes, que bailaban entre los colores del arcoíris con el reflejo del sol.

Su piel, al igual que sus alas era casi tornasol, moteada con tonos grises similares al color de las nubes. Himeneo tragó en seco al verla, también palideció un poco. La mujer sonrió y el brillo de su sonrisa, era capaz de encandilar a cualquier mortal.

El castigo de Afrodita [En pausa]Where stories live. Discover now