Capítulo X: Una diosa con poca autoestima

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Se vio en el espejo con mirada seria, algo le faltaba a su rostro, pero aún no tenía muy claro que. Observó de nuevo la imagen en la pantalla de su móvil, la chica de ojos felinos le devolvía la mirada seductoramente.

—Solo un poco más —susurró, hinchando sus labios unos centímetros y alargando un poquito su mirada, solo un milímetro.

Se observó con detenimiento una vez más, seguía inconforme con los resultados. Últimamente nunca estaba satisfecha con su imagen, ya no encontraba que hacer para volver a sentirse ella misma. Le gruñó a la chica del móvil antes de desplazar la imagen, consciente de que la siguiente foto de seguro era de una mujer más bonita que la anterior.

Apretó sus puños con fuerza, enterrándose las largas uñas en sus palmas, su rostro, sin embargo, no mostraba ni una sola mueca. Desde que nació, sabía lo que podría hacer un ceño arrugado en su hermosa piel, mejor evitar líneas de expresión, perdía mucho tiempo borrándoselas.

—¿Su majestad? —susurró a sus espaldas una vocecita muy familiar.

—Habla Ansiedad —respondió sin levantar la vista de su teléfono, pasando imágenes, una tras otra sin molestarse en detallar los rostros.

—Los gemelos solicitan una audiencia —alzó su mirada con una ceja alzada, Ansiedad inhaló profundamente al sentir sus penetrantes ojos sobre ella. Por más milenios que llevara bajo su servicio, aquella extraña sonrisa tensa, no dejaba de aparecer en su presencia—. Depresión está con ellos, ¿Qué desea que hagamos? —preguntó con una chispa en sus enormes ojos.

«Seguro los gemelos la están pasando de lo lindo con Depresión» pensó con una sonrisa, recordando cómo sus hijos atormentaban a sus sirvientes desde pequeños.

—Hazlos pasar y Ansiedad... Pueden tomarse la tarde libre.

La delgada chica asintió varias veces seguidas, juntando sus huesudas manos con fuerza y haciendo una reverencia bastante marcada antes de salir. No pasó mucho tiempo desde que la puerta se cerró a sus espaldas, para que se abriera nuevamente. Está vez, con un estruendo que hizo temblar el palacio. Quiso evitar una mueca de desagrado por el escándalo que los gemelos dejaban a su paso, pero le fue imposible. Definitivamente no los extrañaba en absoluto.

—¡Madre! —gritó Himeros con los brazos abiertos, cada paso que daba venía acompañado de un chirrido molesto del cuero en su entrepierna.

—Himeros, veo que el cuero aun no pasa de moda entre los mortales.

—Moda o no, sabes que solo uso lo que me gusta y este siglo, tocó cuero —respondió con una sonrisa, acariciando una de las orejas de gato que traía puestas.

—Madre —Anteros se hincó con elegancia frente a ella. Su cabello dorado cayó sobre su frente.

—Impecable como siempre querido, no espero nada más de ti —invitó a su hijo a incorporarse, temiendo que su aparente traje de diseñador italiano se arrugara. Anteros era uno de sus más grandes logros en lo que a la moda respectaba —. ¿Qué noticias nuevas me traen? —abrazó a su hijo, mientras que miraba de refilón al otro, quien se echaba en su sofá favorito con forma de concha marina—. ¡Himeros! ¡¿Cuántas veces te he dicho que bajes los zapatos de mi sofá?!

—Muchas para recordarlas, pareces un poco estresada esta mañana ¿todo bien? —Himeros se recostó de cabeza, sin que sus pies tocaran el mueble y con la sonrisa en el rostro.

—¿Todo bien? Te diré todo lo que está bien —se giró hacia su tocador de marfil, donde hace un rato había dejado su móvil. Le mostró con gestos dramatizados las imágenes, una tras otra—, ¿Te parece que esto está bien? —los gemelos intercambiaron miradas—. ¿Saben cuántos países hay en el mundo?

El castigo de Afrodita [En pausa]Where stories live. Discover now