Capítulo XVII: Un café entre viejas amigas

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—De verdad mujer, no entiendo tu obsesión con ese espejo —masculló su esposo, arrojando la jarra de cerveza negra, ya terminada al suelo. «Y es por eso, que tú y yo nunca congeniamos» pensó con ironía, fingiendo una sonrisa.

—Y yo no entiendo tu adicción a las fraguas, creo que tenemos algo en común —Hefesto acarició la barba, que hace milenios no cortaba. Había pasado casi toda su vida casado con Afrodita y todavía, no podía identificar cuando sus palabras eran sarcasmo o no.

—Quizás, si pasaras menos tiempo admirando tu reflejo y más tiempo complaciendo a tu marido, no tendríamos este dilema —un escalofrío recorrió la columna de Afrodita, quien con una ceja alzada observó a su marido. En realidad, el dios no era tan horrible, quizás si afeitara esa barba mohosa y quitara de vez en cuando el hollín de las fraguas sería un poco más aceptable.

El problema era, que nunca lo hacía y nunca lo haría. Ni siquiera para su boda intentó verse presentable. Jamás había olido sobre su piel una fragancia agradable, ni visto su cabello húmedo después de una ducha, de hecho, no recordaba la última vez en que su marido hubiera tomado una ducha.

—Tal vez querido, tal vez... —murmuró ignorándolo y concentrándose en el espejo, Hefesto bramó por otra cerveza y casi al momento, Ansiedad se la trajo con una sonrisa calmada en su rostro.

—Supe que vinieron los gemelos, ¿Cómo están mis muchachos? —Afrodita puso los ojos en blanco, Hefesto sabía que no eran sus hijos, pero insistía en llamarlos sus muchachos. «Ni en la forma de hablar se parecen a él» pensó dejándose llevar por la ira, su marido sabía lo mucho que le molestaban esas insinuaciones y disfrutaba haciéndolas.

—Fuertes, hermosos, pulcros... iguales a ti —respondió con una sonrisa en el rostro, intentando ocultar su ira tras ella. Hefesto se bebió la cerveza de un trago, con cara de pocos amigos—. ¿No crees que has bebido suficiente?

—Creo que he bebido muy poco, ¡Otra cerveza! —Ansiedad la trajo en un parpadeo—. ¿Por qué el interés?

—No quisiera que te lastimaras en las fraguas más tarde, la última vez fue difícil limpiar la sangre —Hefesto resopló.

—Apenas salí de allí hace unas horas y ¿ya quieres que vuelva a entrar? —masculló arrojando el tarro contra la pared—. ¡Cuidado mujer! Podría pensar que quieres que me vaya, para poder ir tras el maldito de Ares... eso me recuerda, ¿Dónde está esa sabandija? Debe estar cerca, todo el salón está impregnado en su perfume.

Afrodita sonrió inhalando profundamente, una mezcla masculina de madera flameada inundó sus fosas nasales, Hefesto no se equivocaba, hace poco que Ares se había marchado, he allí su buen humor y pocas ganas de discutir con su iracundo esposo.

—Creo que las fraguas están dañando tu sentido del olfato querido.

—Ya los atrapé una vez y no será la última. ¡Ya verás mujer! —se puso de pie, derribando la mesa frente suyo, Ansiedad venía con otra cerveza, pero la detuvo con una seña de su mano—. Llévala a las fraguas niña, ya me aburrí esta arpía.

Afrodita puso los ojos en blanco, cuando su marido salió del salón, cerró la puerta a sus espaldas con tanta fuerza que hizo temblar el palacio.

—Mi señora, tiene visitas —susurró Depresión justo cuando el dios salió—, la diosa Iris llegó hace un rato, está en el jardín esperándola, no quiso perturbar su tiempo de compañía con su esposo.

—La próxima vez, que ni se moleste. El único tiempo que quiero aprovechar es el que paso con Ares o mis hijos —se levantó, en medio de los vuelos del tul de su excéntrica bata rosa. Sus sirvientes, le abrieron las puertas sin necesidad de pedírselos.

El castigo de Afrodita [En pausa]Where stories live. Discover now