Capítulo IX: El hombre que pude llegar a amar

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La noche transcurrió sin ningún otro percance, la familia y el invitado comieron, bebieron, rieron y hablaron como nunca había pasado en ninguna cena familiar. Emily jamás había visto a sus padres tan... felices y unidos. Era como si estuvieran bajo algún tipo de droga, una droga que los hacía echarse ojitos y sonrisas coquetas, como si fueran un par de adolescentes.

Por primera vez en mucho tiempo, fue feliz de compartir una cena con ellos, incluso, fue capaz de olvidar la vergüenza que su hermana le había hecho pasar. Luego hablaría con ella, no soportaba pensar que sus hermanas se sintieran desplazadas de esa manera, sabía que entre ellas había cierto tipo de envidia, pero nunca pensó que el sentimiento fuera tanto, como para que Isabel explotará de esa manera.

—¿Qué? —le preguntó Eros al darse cuenta lo mucho que lo observaba.

—Nada es que... nada —la chica se concentró en su bebida y se hundió en el puf donde estaba sentada, hace rato habían terminado de comer, pero el grupo la pasaba tan bien que decidieron ir al salón y tomar un café. Bueno, café para las damas y whisky para los hombres.

—¿Segura?

—Es que... de verdad... de verdad pareces interesado —susurró. Eros llevaba más de dos horas hablando con sus padres, preguntando como se conocieron, donde vivieron, como su familia llegó a América desde Grecia, e incluso pregunto por sus abuelos y tatarabuelos, al finalizar la noche Emily estaba convencida de que el joven era un romántico empedernido, pero se esforzaba demasiado para ocultarlo—. Gracias.

—¿Por qué? De verdad me interesa, no estoy fingiendo —la vio extrañado con una sonrisa torcida, que hizo saltar su corazón.

—Bueno, par de tortolitos. Creo que ya es hora de retirarme, ha sido un largo día y este viejo cuerpo necesita descanso. Fue un placer conocerlo Sr. Smith —Margaret corrió a ayudarlo, algo que jamás hacía a menos que quisiera dinero para ir de compras.

—Emi no vuelvas muy tarde... no habrá toque de queda, pero igual es peligrosa la noche —la Sra. Dimou se despidió de Eros y subió con su esposo lentamente por las escaleras.

—Supongo que ahora si tendré que llevarte al motel —Eros se encogió de hombros ayudándola a ponerse de pie, cuando se paró junto a él su delicioso aroma estaba entremezclado con el toque fuerte del whisky, se estremeció ante tan abrumadora fragancia, las manos venosas y los olores masculinos eran el mejor afrodisiaco para ella.

—Puedo ir solo, no quiero molestar.

—No seas tonto, usaré el coche de mi papá. Serán solo diez minutos —le tomó de la mano sintiendo ese peculiar cosquilleo en su vientre bajo. Salieron de la casa y subieron al coche en silencio. Una vez adentro, Emily dudó un rato frente el volante—. Ah, antes de que se me olvide. Tengo tu chaqueta en mi habitación, déjame buscarla —Eros la detuvo, sujetando su mano antes de que saliera del coche.

—¿La trajiste contigo?

—Eh... si, no sé porque en realidad —mintió, la verdad era que se aferraba a esa chaqueta como si de un salvavida se tratase, el olor y la textura eran lo que evitaron que perdiera la cordura esa semana, donde se cuestionaba de la existencia de Eros.

—No importa, puedes quedártela. Quizás te sirva algún día —Emily se encogió de hombros, no sabía para que le serviría, era cinco veces más grande que ella, sin embargo se alegraba de poder quedársela, se había acostumbrado tanto a ese olor que dudaba que pudiera dormir sin la chaqueta.

Encendió el coche, un Audi A3 que ronroneaba como un gatito. Eros dio un salto en el asiento cuando emprendieron la marcha, observaba a su alrededor como un niño que por primera vez viajara en auto.

El castigo de Afrodita [En pausa]Where stories live. Discover now