Capítulo XXVII: Mi encuentro con la muerte

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—¡Helena ¿Dónde dejaste a Paris?!

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—¡Helena ¿Dónde dejaste a Paris?!

—¡Afrodita ¿Te caíste del olimpo?! —Emily puso los ojos en blanco al escuchar el acoso de los universitarios. Había aparecido hace un rato, en un parpadeo en la plazoleta justo al lado de la escultura de Zeus. Planchó de nuevo su vestido con ambas manos, intentando mitigar su enojo.

Deseó por un momento no ser tan impulsiva y haber pensado antes como estaba vestida. En su arrebato por demostrar lo diferente que era a Psique, había olvidado por completo el disfraz griego que traía puesto.

¡La feria griega queda en el centro! —maldijo en su interior adornando su rostro con una sonrisa tensa. Tomó sus faldas con sus puños crispados, fastidiada de soportar comentarios indiscretos, decidió dirigirse a su antiguo apartamento sin poder esperar más por Orión.

Caminó con la cabeza en alto y sus pechos, saltando con cada paso molesto que daba. «Las ninfas no usan brasier» imitó en su mente la voz de Himeneo cuando le rogó que le consiguiera uno, justo unos días antes de que Eros despertara. «Me las va a pagar, ya verá» pensó, imaginándose alguna venganza apropiada para su cuñado.

Agradeció a los dioses cuando su mano llegó a posarse en el pomo de la entrada del edificio. Entró dejando atrás las miradas curiosas y se recostó en la puerta exhalando con fuerza. No estaba acostumbrada a la atención de tantas personas y mucho menos, de aquella forma tan desagradable.

Se sintió afortunada cuando se percató de que los pasillos del condominio estaban solos, recordó que, a estas horas de la tarde, muchos se encontraban en las aulas de clase, incluso Valery debería estar allí.

Al llegar a su piso, rezó para que la puerta de su habitación estuviera abierta. Como suponía, no lo estaba. Se retiró un ganchillo de su cabello para poder forzarla, habilidad que de adolescente había aprendido con bastante precisión.

—No puede ser que haya olvidado como hacer esto —masculló, forcejeando con la puerta que se rehusaba a abrirse—. Maldita sea —gruñó, cuando el ganchillo se le resbaló entre los dedos. «No debí beber tanto, debe ser eso» pensó, recordando las incontables copas que llevaba en el día, para su sorpresa, su cabeza estaba mucho más despejada de lo que debería.

Se dio por vencida con la cerradura, no sin antes patear la puerta para descargar un poco su ira. Se cruzó de brazos recostándose contra la puerta, dejó salir un largo suspiro, observando a cada lado del largo pasillo «Al menos estoy sola» pensó poniendo de nuevo los ojos en blanco.

El llanto de un niño llamó su atención después de unos minutos. Se abrazó a sí misma, conteniendo un escalofrío que le recorrió la espina. El condominio era exclusivo para universitarios, no estaban permitidas las mascotas y mucho menos los niños. Clavó su mirada en la dirección del llanto, que comenzaba a incomodarla más de lo que debería, la soledad del pasillo aunado a las luces fluorescentes que parpadeaban en extraña sincronía, hizo que su corazón latiera un poco más rápido que de costumbre.

El castigo de Afrodita [En pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora