«Yo necesito de sangre, así como otros necesitan de alcohol»
-Peter Kürde.
Para dada la hora que llegué a la casa de Ava, ya todos estaban dormidos, y si me ponía a analizar las cosas mejor, era muy tarde.
Eso era peligroso, por supuesto. Pero era un golpe de suerte a mi favor. De cualquier manera, me convenía que fuese tarde. Tenía en cuenta que, si hubiese llegado cuando todos estaban despiertos, Paola me habría hecho un interrogatorio, preguntaría cosas como: ¿dónde estabas? ¿por qué regresaste a esta hora? ¿a qué lugar fuiste? ¿quién estaba contigo? ¿por qué tienes esa ropa?.
Y, después, se lo diría a Edward.
... Como también era un golpe de suerte que nunca supieran que Ava frecuentaba la precaria y sucia calle Pech, eso sí que era un verdadero motivo de satisfacción.
Desde el principio siempre supe cuál sería mi propósito en esa consulta ridícula, llena de colores pasteles. Y, tenía planificado el destino para la mujer que residía allí.
Decidí matarla, quise ver el miedo que mostró sentir. Me gustaba eso. Me encantaba poseer la capacidad de percibir el miedo que emanaba de su ser, el miedo a que cometiera una locura.
Aunque, yo no llamaría aquello una locura, es cierto que hice las cosas un poco apresurada, sin embargo, el hecho de no haber fallado estrepitosamente como Ava lo hubiese hecho si hubiera atacado y luego asesinado a su psicológica, era motivo de mi orgullo.
Pasé a encaminarme hacia la entrada, con mis músculos "crujiendo" de cada queja que me planteaban, exigiendo su descanso sobre la cama.
Una vez adentro me dejé caer en la cama —que crujió enseguida di el mínimo toque —.
Sentí una presión en la parte de atrás de mi cabeza, y supe que Ava quería estar presente —inconscientemente —en ese momento.
Pero no la dejaría. Ava quería quitarme el lugar que ya había conseguido, aún sin saber de mi existencia siquiera. Y querría eliminarme.
Me removí en la cama, con algo molestándome cerca de la parte baja de mi espalda.
Giré mi cuerpo hasta quedar boca abajo en la cama, y después me recargué para quedar sentada en ella.
Al reparar en un punto en medio de mis piernas, pude contemplar un bonito libro clásico que Paola siempre se negó en comprar, por las ideas que inspiraba —ideas que a Paola, en su papel de madre buena, le parecían lo más grotesco del mundo —.
Hamlet, de William Shakespeare. Un libro con portada deslumbrante, con tonos entre rojo y marrón —pero del agradable — y con su título, "Hamlet" en letras doradas, contrastando con el nombre de su autor, hacían la portada perfecta para conseguir atrapar a cualesquiera fuera quien leyese.
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El Rostro Humano de Lucifer ©
Mystery / Thriller«¿Cuántas veces con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas engañamos al diablo mismo?» -William Shakespeare, Hamlet. Sinopsis: Ava Crawford es la hija de Edward Crawford, un empresario muy prestigioso de Los Dáskalos. Tras...