Capitulo 15

123 12 70
                                    

«Yo no quería hacerles daño, sólo quería matarlas»

-David Berkowitz

—¿Cómo estás? —preguntó mi padre en voz baja, como si nuestro lazo se hubiese vuelto demasiado fuerte de un momento a otro

Oops! Questa immagine non segue le nostre linee guida sui contenuti. Per continuare la pubblicazione, provare a rimuoverlo o caricare un altro.


—¿Cómo estás? —preguntó mi padre en voz baja, como si nuestro lazo se hubiese vuelto demasiado fuerte de un momento a otro. Y joder, como me confundía un acto como aquel.

Llevaba un saco azul oscuro, casi como mis ojos. Perfectamente planchado. A pesar de estar en sus cuarenta y pico de años, mi padre se mostraba como alguien de porte elegante, que se apegaba mucho a lo bohemio. Portador de la misma mirada sobria —que tanto le caracterizaba —, desde que lo recuerdo de esa forma, esa mirada tan... Juzgadora. Preparada para analizarme y sacarme una lista de defectos. Tenía la barba algo descuidada, aunque no del modo que parece que no se ha preocupado en arreglarla. De pose recta, espalda erguida, y con la misma voz profunda que tanto había hecho retroceder a mi madre al hacer o por lo menos pensar en cometer un acto. Sus ojos marrones parecían exigir un poco de oscuridad en aquella sala blanca y pálida. Como si hubiesen llegado sólo para eso: para darle un toque oscuro a la habitación.

Papá y yo nunca nos habíamos llevado bien, y, que hablase con tanta naturalidad al querer saber de mí —desde hace mucho tiempo —hacía que el estómago se me revolviera, dejando una espesura tras el paso que dejaba. Después de tantos insultos, no me esperaba una mirada tan comprensiva como aquella. O tenía trastorno bipolar, o estaba fingiendo, o en serio quería ser un buen padre.

—Bien —respondí sin muchas ganas, queriendo aparentar un poco de cansancio. Aunque no sabía qué pretendía con ello exactamente.

La mirada de papá no cambió, seguía muy serena. Como si de repente la idea de mantener una conversación civilizada —que nunca habíamos llegado a tener —fuese algo normalmente usual entre nosotros.

—¿Seguiste con los dolores de cabeza? —musitó él, examinando la sala con la vista y con  mucha determinación.

Así era él. Siempre analizaba todo con sumo detenimiento, ya sea todos y cada uno de los detalles de una sala de hospital.

—Sólo no entiendo cuál es la razón de todo esto —contesté, observando mi estado: estaba envuelta por las sábanas de la camilla, muy claritas, y usaba un pijama que seguramente me habían puesto allí mismo.

De un momento a otro, mi papá hizo algo que nunca se me cruzó por la mente que haría delante de mí: sonreír. Me mostró una sonrisa que yo quería tragarme en mis recuerdos como una genuina y era, a su vez, algo que no quería que se volviese a repetir.

Me sentí mal en aquel minuto, pero de una forma terriblemente escandalosa. No sabía si era por esos horribles espaguetis con puré que me había metido Lorian por la boca, o por el hecho de tener al hombre que había soltado comentarios tan despectivos sobre mí, preguntándome cosas tan comunes y siendo cordial. Era mi padre, sí, no era un extraño, pero en ese instante lo sentía así.

El Rostro Humano de Lucifer ©Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora