4- Centro comercial

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-20 de noviembre-

Amanda.

Despierto y estoy en mi habitación.

Me incorporo en la cama y observo la caja con moño rojo que está en el suelo.

Frunzo el ceño y me levanto de la cama para ir a levantarla y poder abrirla.

La coloco en la cama y saco la tapa de la caja. Dentro hay una prenda doblada y una caja de chocolates negros con una nota.

Desdoblo la prenda la cual termina siendo un mameluco gris de ratón.

Leo la nota: Para mi ratoncilla hermosa<3.

¿Se puede querer más a este hombre?

Dejo las cosas en la cama y salgo de la habitación para ir a la de Dylan.

Entro a la habitación y él va saliendo del baño. Lleva solo una toalla en las caderas y el agua escurre de su cabello rubio.

Mis ojos recorren su cuerpo entero.

— Yo... — carraspeo y sonrío — Acabo de ver el regalo que dejaste en el cuarto, es hermoso. Muchas gracias Dylan, sabes que te quiero mucho.

Me acerco hasta él y beso su mejilla.

— También te quiero ratoncilla— me abraza y besa mi cabeza — Me alegra que te haya gustado.

— Es hermoso, me encantó. Pero no quiero que me estés regalando cosas así porque si — me separo de él.

— No tengo en qué mas gastar mi dinero.

— Podrías invertir en la empresa de tu familia.

— Prefiero gastarlo en cosas para ti. Esa empresa es de mi padre y no voy a invertir ahí.

— Dylan, yo creo que deberían intentar llevarse bien y...

— ¡Jamás, Amanda! ¡¿Entiendes?! No vuelvas a decir eso— me corta — Te conté todo lo que nos hizo, a mi madre, a mis hermanas... Lo que te hizo... Jamás me llevaré bien con él.

Me observa enojado y me pasa por un lado.

Yo me quedo ahí, inmóvil como si fuera estúpida mientras él se acerca hasta su armario.

Jamás me había gritado.

Entonces mi vista va a su espalda, lo qué hay ahí... Una de las tantas cosas por las que no se llevará bien con su padre, nunca.

— Tienes razón, lo siento.

Su espalda está llena de cicatrices largas, causadas por los latigazos que le daba su padre. Dylan intentó taparlas con un enorme tatuaje de una calavera, pero si le pones atención, las marcas logran distinguirse.

— Lo lamento. Yo solo quería... Te esperaré abajo.

Pega la cabeza al armario y los puños al lado de ella y luego se voltea a verme y se acerca antes de que logre abrir la puerta.

— Perdóname ratoncilla — me pega a él — No debí gritarte. Solo... quiero que entiendas que jamás volveré a llevarme bien con él, jamás.

— Lo sé...

— Nunca le perdonaré lo que me hizo. Y menos le perdonaré que se haya metido con las mujeres que más amo ¿entiendes?

— Si — levanta mi rostro y me hace observarlo.

— No vamos a pelear por culpa de ese imbécil.

— Nunca — sonríe y besa mi frente.

— Me cambio y bajo.

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