ADVENIMIENTO A HOGWARTS

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El viaje hasta Hogwarts fue toda una odisea. Para el mocoso no había apenas problemas, al ser el famoso Harry Potter, pero mi caso fue distinto; una montaña rusa para mis nervios, aunque con tintes de jolgorio, para qué voy a engañar. La primera complicación llegó poco antes de las once de la mañana, cuando salía el tren del andén nueve y tres cuartos. El problema era encontrar el andén, como bien pudo apreciar la morsa con patas de Dursley.

—Bueno, ya estamos en King's Cross —dijo, con una sonrisa maligna parecida a las que ponía yo cuando podía, es decir, antes de ser sellada como lechuza—. A mi izquierda está el andén nueve; a mi derecha, el andén diez. Adiós.

Y se largó tarareando una horrible canción. Lo raro era que no solía hacer cosas tales como divertirse, salvo cuando castigaba sin motivo a Potter. Comprensible por otra parte. Nunca supe por qué le dio por tararear aquello, la verdad. De ese momento de extrañeza pasé al primero de diversión. El mocoso no sabía cómo llegar al andén y las once estaban al caer, por tanto estaba muy nervioso y yo me estaba riendo de él a sus espaldas. Pero no me duró mucho la diversión, pues llegaron los engendros más odiosos que nadie podía echarse a la cara; los mayores traidores a la sangre de toda la comunidad mágica: los Weasleys, y llegaron con algo muy típico de aquellos cabezas huecas afiliados a Dumbledore.

—…y todo esto está lleno de muggles, por supuesto.

—¿Muggles? —se dijo Potter—. Sólo los magos hablan de los no mágicos como muggles.

En circunstancias normales, habría dejado que el mocoso se fuera con esos magos, pero resultaba que no eran circunstancias normales, pues no eran magos normales, sino los Weasley. Como todo Slytherin, yo odiaba a los Weasley y, por supuesto, no quería que el niño se fuera con ellos, no fuera que se juntara demasiado con ellos y tuviera que matarlos, lo cual me descubriría. Ya que tendría que vivir con él, por lo menos que no fuera aliado de Dumbledore o, en su defecto, de los Weasley, que venía a ser lo mismo. Si acaso, que fuera mi aliado.

Y así empecé a hacer planes donde pudiera encajar Potter como aliado, al menos hasta que pudiera deshacerme de Dumbledore y sus seguidores. Era difícil, pero jugaba con ventaja. Nadie sospecha de una lechuza mona como yo, sobre todo cuando Potter me quería de la forma en que lo hacía. Yo era su única amiga y lo iba a aprovechar para pasarlo al lado oscuro. Por fin tenía un objetivo difícil y divertido.

«De momento dejaré que se junte con esos traidores para que encuentre el andén», pensé, elaborando planes. «Luego me deshago de ellos de alguna forma y lo "educo" a mi modo de alguna otra manera. Tengo algunas ideas que pueden funcionar».

Así lo hice y, cuando entramos por la columna que servía de puente entre los andenes, de alguna manera me sentí renacer. No sabré nunca por qué, pero añoraba como nadie volver a ese andén, volver a Hogwarts, por extraño que parezca.

«Vuelvo a casa», pensé, y no habría podido evitar sonreír si hubiera podido hacerlo. Me había emocionado como una cría en su primera cita. Cuando me di cuenta, lo vi fatal; ahora lo veo irrisorio.

Entró en el tren ayudado por los gemelos Weasley, los únicos que me cayeron medianamente bien al ser un tanto cabroncetes (no encontré en ese momento otra palabra mejor para definir sus bromas, tan pesadas como podían serlo las mías si se esforzaban un poco). Ellos subieron el baúl sin mayores problemas y Potter pudo por fin instalarse. Un poco más y habría empezado a oler a Weasley, y es una hediondez indescriptible.

Para colmo, nada más sentarse, Potter aceptó sin muchos problemas al más canijo de los Weasleys, Ronald, lo cual no me hizo ninguna gracia. Tenía que impedirlo como fuera. Así, aprovechando una oportunidad de oro al ver acercarse la mano del Weasley, empujé la jaula, que estaba en el asiento de enfrente a Potter, justo al lado del traidor, aunque no sin esfuerzo. Lo hice con conocimiento de causa, pues sacudía una y otra vez la mano muy cerca de la jaula y, cada vez que lo hacía, yo la acercaba al borde del asiento para que pareciera que lo estaba haciendo él. Funcionó cuando la jaula se balanceó ligeramente y yo grité como una posesa. Esa vez el Weasley le dio de verdad a la jaula y Harry lo vio claramente.

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