CAMBIO DE ASPECTO

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Estábamos pasando un verano horrible en todos los sentidos. Para empezar, yo estaba encerrada en mi jaula, lo cual me recordaba a Azkaban y empezaba a estar hasta el pico, por no apuntar más abajo. Harry, al principio, no lo llevó demasiado mal. Aun teniendo todos los bártulos en la alacena donde había vivido hasta saber que era un mago, como no dijo que no podía hacer magia fuera del colegio intimidó un tiempo a los Dursley, que lo dejaron en paz so pena de verse convertidos en cerdos o algo parecido. La verdad, le habría sido fácil hacer eso, porque comían como gochos y se comportaban igual. Incluso su aspecto físico era parecido. Sin embargo, se le acabó la suerte cuando llegaron unos invitados del gordazo Dursley. Llevaban toda una semana planeando cómo agasajarlos, estudiando sus papeles como si fueran actores en una obra de teatro. Patético. Por lo menos, Harry tenía un papel sencillo: quedarse en su habitación, sin hacer ruido, haciendo como si no existiera. "Con mucho gusto", le oí decir.

Sin embargo, el día de la visita, no fue tan fácil hacerlo como decirlo. Cuando Harry subió a la habitación, se encontró con un elfo doméstico al que conocía muy bien. Era Dobby, el elfo de los Malfoy. Me caía especialmente mal, y parecía que a Harry no le caía demasiado bien tampoco, sobre todo cuando descubrió que las cartas que le habían mandado Hermione y Neville nunca llegaron a él por culpa del elfo. Pero aún no era muy bueno intimidando, y menos a Dobby, acostumbrado a ser amenazado por los Malfoy. No obstante, el elfo no fue a Privet Drive porque sí. Tampoco era una broma de mal gusto de Draco. Era peor que eso.

Según él, Harry iba a estar en peligro mortal si volvía a Hogwarts. Como si en aquella casa no estuviera en peligro mortal. Evidentemente, Harry se negó a quedarse, pero Dobby tenía un plan B. Bajó a la cocina, con Harry detrás, según pude oír, e hizo magia, seguro, porque oí al gordazo echarle la bronca a Harry por hacer magia y, poco después, oí que le habían dado una carta de aviso en la cual, si Harry hacía magia otra vez, sería expulsado y su varita destruida. Los Dursley se tomaron eso muy a mal.

—¡Así que se te olvidó decirnos que no puedes hacer eso que sabes fuera de ese colegio de raros al que vas! ¡Qué descuido, ¿verdad?!

—¿Y qué quieres? No puedo acordarme de todo lo que me dicen —rezongó Harry, con mucho morro. Aquello hizo que casi me partiera la caja torácica de la risa.

—¿Ah, no? ¡Pues vas a tener tiempo para pensar! ¡Castigado en tu cuarto! ¡Y haz callar a esa maldita lechuza!

Ups, me propasé. Parece ser que me reí demasiado fuerte, aunque siendo lechuza no sonaba como una risa sino como una protesta, o al menos así lo entendió la morsa con corbata.

—¡Eso no es justo! ¡Yo no he hecho nada! ¡Y Hedwig tampoco! ¡Si chilla es porque se aburre! ¡Si me dejaras soltarla…!

—¡Ah, sí, para que puedas avisar a tus amigos raros! ¿Crees que soy idiota?

Ahí casi pude leer el pensamiento de Harry, a pesar de la distancia, porque se lo había puesto a huevo. Pero no pudo decir ese "sí" que tanto pujaba por salir pues habría sido mucho peor.

Al final, Harry quedó encerrado a cal y canto en el cuarto, pudiendo salir sólo hasta el baño y vuelta. Para comer, una sopita, que compartía conmigo, y que daba más hambre de la que quitaba. Así, a base de sopas, tuvimos que sobrevivir tres días, hasta que ocurrió algo que no era normal en aquel vecindario aburguesado.

De pronto, alguien llamó a la puerta.

—Buenos días, ¿vive aquí un chico llamado Harry Potter? —oímos. Era una voz masculina, poderosa, como si un hombre grande estuviera al otro lado de la puerta de entrada a la casa.

—Puede. ¿Quién es usted? —gruñó Dursley.

—Pertenezco a los servicios especiales del Ministerio de Magia, señor mío, concretamente a la sección de control de magia de menores de edad, y he venido a llevarme a Harry Potter por motivo de una investigación acerca de su presunta relación con una violación de la regulación de magia en menores de edad.

Cuentos De Lechuza Where stories live. Discover now