BAILE DE NAVIDAD

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Harry estaba extasiado. Volvió triunfante de la primera prueba, aunque los resultados no fueron tan justos como yo había pensado; le quitaron puntos por invocar a Ronald Weasley, cuando eso lo hizo perfecto e hizo que pudiera coger el huevo de oro sin problemas. Pero parecía que no era una estrategia del todo honrada o algo así, o eso decían los jueces. En fin, que no quedó primero, a pesar de haber batido el récord de velocidad y no haber recibido lesión alguna.

Pero eso no era un problema. No sólo Harry, sino todos los Gryffindor estaban de fiesta, una fiesta que duró hasta bien tarde, y eso que nadie quería a Harry, al menos hasta ahora.

—Parece que las cosas se han arreglado por fin —dijo Harry al día siguiente, en uno de los descansos.

—Sí, ya nadie lleva esa estúpida moda de las chapitas —observó Luna.

—Ya, bueno, en parte es cosa mía —terció Hermione.

—Ya, pues no lo hagas más —dije, ceñuda—. La idea es buena, no lo niego, pero luego me toca a mí curar esas urticarias y no las provocas en los lugares más accesibles precisamente. Y no hablemos más de este asunto.

Los demás nos miraron con cara de querer saber más, pero el tema estaba zanjado y no íbamos a soltar prenda. De algunas cosas, cuanto menos se supiera, mejor.

Tras esto, había un largo tiempo de espera para la segunda prueba, que tendría lugar en la mañana del 24 de febrero. Harry, una vez pudo estar a solas con el huevo (a solas, se entiende, lejos de los moscones que ahora eran los Gryffindor para con él), vio que tenía una bisagra y, al abrirlo, encontró que tenía una inscripción grabada dentro, pero no estaba en inglés, ni siquiera en un idioma que alguien entendiera, sino que estaba en unas extrañas runas que, seguramente, nadie había visto desde la Edad del Bronce por lo menos. Vamos, que transcribirlas no era cosa fácil. Quizá por eso dejaron tanto tiempo de margen.

«Bueno, por lo menos, al abrir el huevo no ha sonado un coro de gatos, como podría haber sido», pensé, sobre el hombro de Harry, mientras éste, Hermione, Luna y Lily trataban de encontrar la forma de "traducir" el texto. «De todas formas, esto es harto complicado y encima no podré hacer la escenita del baño de los prefectos que tenía pensada con Harry. Lástima».

En fin, que la cosa iba para largo. Miraron todos los libros habidos y por haber que había en la biblioteca y no encontraron mención alguna de aquel extraño alfabeto. Por si fuera poco, no podían estar mucho tiempo con eso, pues tenían deberes que hacer y eran más importantes.

Sin embargo, pronto llegó algo más que resultó ser interesante, sobre todo desde mi punto de vista. Un día, ya en diciembre, se nos acercó Ronald Weasley. Normalmente le habríamos echado a patadas (sobre todo Draco, que estaba allí también y no le gustaba "mezclarse con esa chusma", o yo, que estaba tanto en mi forma animaga como en mi forma humana y es de todos bien conocida mi aversión hacia los Weasley en general y hacia Ronald en particular), pero esta vez no venía solo, sino con los gemelos. Al parecer, tenían noticias frescas… ¿desde la cocina? En fin, sin comentarios…

—Pero bueno, ¿a qué viene esto? —gruñó Harry. Parecía que él tampoco quería ver cerca a Weasley—. ¿Qué está pasando?

—Tranquilo, Harry, esto va a ser interesante —dijo Fred.

Como no nos dijeron más, continuamos adelante, siguiéndolos, pero algo me decía que debía estar alerta, por si acaso. Si los gemelos decían que iba a ser interesante, era cosa de escamarse, teniendo en cuenta sus gustos.

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