BADASS

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mañana siguiente empezó animada. Aun antes de despertarnos ya estaba Hermione llamándonos… bueno, llamando a Harry, aunque también me llamaba a mí indirectamente.

—Largo, Granger, tenemos que cambiarnos —siempre tiene que haber un gilipollas en todas partes, y en esa habitación estaba Ronald Weasley.

—¿Y eso? ¿Resulta que te da vergüenza enseñarme los calzoncillos, comadreja? —se burló ella.

Aun así, se fue. No quería tener que llegar a las manos una vez más con él, y seguro que pasaría si continuaba allí. Harry suspiró y se vistió, juntándose con ella al salir, con Neville a su lado. Desde mi posición en el hombro de Harry pude ver que Neville iba extrañamente serio y ausente.

Nos encontramos con Draco esperándonos fuera de la sala común, con Lily y Luna a su lado. Esperaba encontrar también a Susan, pero no la vimos hasta que llegamos al Gran Comedor, desayunando ya. Nos juntamos con ella como de costumbre, pero ella también estaba rara. Era casi como si supiera que sabíamos lo que estaba haciendo, y eso que nos comportamos como siempre, como si no supiéramos nada. Y tampoco todos sabían lo que ocurría, que esa es otra.

—Vaya, se te ve mustia, Sue —dijo Hermione, posibilitando quizá la conversación de modo sutil—. ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda con algo?

—No, Hermione, no pasa nada —murmuró Susan, en voz baja y monocorde.

—¿Seguro? Estás rara— observó Harry.

Susan suspiró y bajó la cabeza, cerrando los ojos, como si estuviera reuniendo valor para decir algo. Mientras, mi yo humano llegaba y se juntaba con el grupo. Susan la miró de reojo y volvió a suspirar.

—Vaya caras largas tenemos por aquí —observé… bueno, observó Isabella al llegar, pero para el caso es lo mismo—. ¿Algo va mal?

Susan suspiró por tercera vez y alzó de nuevo la cabeza. Tenía el ceño fruncido.

—Vale, sí, tengo un problema bastante chungo —admitió la Hufflepuff—. Pero antes de contároslo necesito que me juréis que no se lo diréis a nadie.

—Ya veremos… —soltó Draco, y todos lo miramos, algunas miradas cargadas de dagas venenosas—. ¿Qué he dicho?

—Draco, no putees a nadie del grupo, rico —gruñó Hermione—. Tranquila, Susan, puedes contarnos lo que sea. Ya me encargo yo de que no salga de aquí.

—De acuerdo, vamos a un sitio más privado, puede haber oídos indiscretos —dijo Susan, levantándose. Una vez llegamos al lugar de costumbre para nuestras charlas privadas, continuó—. Tengo que confesaros algo muy grave. He estado ayudando a varios mortífagos contra mi voluntad. La vida de mi tía está en juego, no tengo otro remedio.

—Vaya, lo siento, Sue —dijo Lily, sincera—. Si podemos echarte una mano…

—¿Cuánto hace de eso? —pregunté.

Amelia Bones iba a su puesto de trabajo, como todos los días laborables, con la impresión de que aquél iba a ser un buen día. Lástima que, cuando notó el impacto de una maldición poco antes de llegar al ministerio de magia, tuviera que morderse la lengua y admitir que, realmente, aquél iba a ser un día nefasto.

Y los siguientes también, aunque eso no podía saberlo.

Tras ese pensamiento, la oscuridad, y nunca supo por cuánto tiempo.

—Oye, ¿qué vamos a hacer con esta tía al final? —esa voz masculina hizo que Amelia Bones despertara por fin, tras un tiempo incierto en estado de inconsciencia—. Supongo que tendremos que matarla, pero no sé qué hace aún viva y en estado de coma.

Cuentos De Lechuza Where stories live. Discover now