8. Ruptura

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Cuando una relación sufre una ruptura es una cosa evidente, ¿no?

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Cuando una relación sufre una ruptura es una cosa evidente, ¿no?

Quiero decir, uno sabe cuándo todo está tan roto que ya no existe ni sirve para nada, ¿cierto? A veces uno no era lo suficientemente valiente para admitirlo, pero el hecho de hacerse el tonto y seguir llevando las cosas a menudo solo las rompía más.

Es que sufrir una ruptura en algún aspecto de la vida y no intentar repararlo era algo común, tan común que se nos hace cotidiano seguir andando sobre los vidrios rotos sin darnos cuenta que estamos manchando todo de sangre.

Y vaya que la sangre es difícil de limpiar, y más aún los vidrios rotos.

Entre Alice y yo había habido una ruptura. Y yo juraría que era irremediable. Pero nuestra relación simplemente dejó un montón de cristales rotos y sangre seca por doquier, que Alice en su vida tuvo que limpiar y yo... Pues hacer como si no existió en la mía.

Justo ahora parecía que teníamos un nuevo cristal. O eso creía yo, que habíamos forjado algo nuevo y que quizás yo estaba haciendo su vida más sencilla. Solo hacía un par de semanas que salíamos a veces, casi siempre con Amanda y que yo me interesaba por ella genuinamente, por cuidarla y por evitar que se sintiera sola.

Pero ya tenía siete días sin aparecer y yo empezaba a dudar de la existencia de ese cristal. Tal vez no era cristal, quizás yo ya no merecía esa ventana en su vida. O a lo mejor yo no estaba facilitando tanto las cosas como creía.

Aun así, le daba vueltas a mi teléfono en la mesa, no solamente porque yo quisiera hablar con ella, sino porque me empezaba a preocupar que no estuviera bien, que algo malo le hubiese pasado.

—Déjala en paz —escuché detrás de mí y levanté las manos inocentemente. Amanda se sentó a mi lado con una sonrisa implícita chocándome con su hombro al pasar.

—No le he escrito más, lo juro.

—Es evidente que no quiere que le escribas, Edward —dijo mientras tomaba un sorbo de su gaseosa y se amarraba el cabello en una cola de caballo que dejaba al descubierto su cuello, y su disimulado tatuaje de una pequeña llave inglesa detrás de la oreja. Le di un codazo y puse los ojos en blanco.

—Odio que me llames por mi segundo nombre —ladré y ella me sacó la lengua para seguir trabajando.

Sin duda alguna Amanda todavía representaba muchos enigmas para mí, y después de dos semanas de noviazgo falso, me daban más curiosidad ciertas cosas que había descubierto en su personalidad femenina.

¿Sería esto también como un cristal? Uno que se rompía mostrando múltiples personalidades como la del tipo que decía «yo soy Patricia» en aquella película cuyo nombre no podía recordar. La sensación que tenía era surreal, porque me gustaba ser su amigo, pero no sabía bien quién era ella.

Por supuesto que no sabía si lo de Amanda era todo teatro y por dentro seguía siendo Junior, el hijo del mecánico; o si, por el contrario, esta era su verdadera versión. Pero, ¿cómo saber? No era como si yo podía preguntarle y esperar una respuesta honesta, ¿o sí? ¿Verdaderamente debía importarme si era real o no una amistad que creamos tratando de engañar a alguien?

Valiente [Serie Verdades II] (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora