Cinco:

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-Mi nombre es Kristoff, por cierto...

Ahora, el sujeto que prácticamente había salvado mi vida, tenía nombre.

Habíamos llegado a su casa luego de caminar un poco entre los suburbios. En realidad, se tomaba muy en serio esto de vivir en el mundo humano. Aunque estaba más claro que el agua que él no era uno de ellos.

-Muchísimas gracias por la fruta de antes, pero eso sólo representaba un ligero aperitivo para mí, ¿de casualidad no tendrás una ensalada o una crema caliente de calabaza? –cuestioné, algo nervioso por su respuesta. Ya estaba causando demasiados problemas y aun así me dignaba a exigir este tipo de cosas.

En la parte más oscura de mi mente, tal vez se podría decir que extrañaba mi otro yo. El líder poderoso, sabio, sin miedo a lo que el mundo exterior tuviera para ofrecerle. Él sólo lo aceptaba, él lo moldeaba a su antojo...Él era mejor.

Pensé obtener la peor respuesta a mi pregunta, pero Kristoff tan sólo sonrió y respondió:

-Sí, pero yo guardo mis frutas y vegetales en...

Antes de escuchar su respuesta, me dirigí con la velocidad de un rayo hacia el refrigerador de su muy elegante cocina (sí, parecía que el vampiro salvador se encargaba de mantener su casa en el más lindo y limpio estado posible), y lo abrí.

Las náuseas volvieron a mí, y un fuerte mareo abrumó a mi cabeza por unos instantes. Allí dentro, tan sólo me encontré con tazones repletos del líquido carmesí que ahora tanto detestaba.

Y así, antes de que pudiese dar unos pasos más para vomitar lo poco que había ingerido antes, la voz de Kristoff inundó mi sistema.

-...Ahí no. –concluyó.

...

La casa de Kristoff estaba muy lejos de ser como mi antiguo hogar, pero era comprensible. Tenía que mezclarse con los humanos, actuar como ellos. Hacer de todo para vivir una vida normal muy alejado de los suyos...

Pero, sí que tenía otro encanto. Al entrar allí, te embriagabas de una sensación acogedora, cálida. Y era el único vampiro que no cuestionaba mi forma de actuar en el corto tiempo que llevaba paseándome por esa era, donde aún habían demasiados misterios que resolver.

En fin, volviendo a la casa del ser en cuestión: era espectacular.

Constaba de dos pisos: en el primero estaba el living y la cocina con las encimeras y superficies más bonitas, que yo casi arruino al estar propenso a vomitarles encima.

En el segundo piso, había una de las bibliotecas en casa más curiosas; pues albergaba un pasaje escondido que mantenía su habitación segura. Allí, albergaba su sarcófago, los implementos para cuidar sus colmillos y la ropa característica que utilizaba para cazar por las noches, y es que para no levantar sospechas, durante el día conservaba el mejor estilo que ni siquiera a un humano de verdad se le ocurriría combinar.

-¿Cómo demonios te has salvado de que nadie haya abierto ya tu refrigerador y se diera cuenta de lo que comes? ¿De lo que...eres? –inquirí, asombrado; completamente perplejo.

-En realidad, ese refri suele estar en mi alcoba, ya sabes; para no tener que ir tropezando en la madrugada por toda la casa cuando necesito un bocadillo nocturno. Y siempre lo mantengo allí precisamente para que no me atrapen. Los humanos de hoy en día tienen una idea de nosotros que en realidad, sólo se puede denominar como "bastante estúpida". En mis tiempos todo era más simple.

Estábamos en el sofá de su sala de estar. Uno de cuero negro que contrastaba con las paredes color crema de toda la casa. Después de decir eso, tan sólo clavó su mirada algo sombría en el techo.

-Entonces, ¿por qué yo sí me tuve que topar con lo que verdaderamente guardas en tu heladera?

Kristoff estalló en risas.

-Cuando decidí que saldría a buscarte porque pude sentir que estabas en problemas...Sólo quise dejarte una bromita que descubrieras al llegar aquí.

Yo puse los ojos en blanco. La broma tal vez sólo le hacia gracia a él. Pero también era gracias a su generosidad que había conseguido comida. Mi benefactor la había adquirido sólo porque "sabía que yo iba a llegar".

Era como si...Él de verdad tuviese todas las respuestas a mis caóticas y a veces absurdas preguntas.

Gracias a Kristoff entendería muchas cosas sobre ser un vampiro. Enigmas que tan sólo solía conversar con la inmensidad del firmamento; rogándole a mi difunta madre para que, donde quiera que estuviese me enviara una señal. Una luz más grande que la que había en sus ojos mucho antes de morir, una respuesta...Que ahora Kristoff me iba a entregar.

Hans el temible.Where stories live. Discover now