Dieciocho:

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—Hans, no entres en pánico. Ten presente que creo en ti y en tus capacidades. —decía Kristoff, al ver que en efecto yo estaba entrando en pánico.

A parte de todo era un vampiro que sufría de ansiedad. ¡Qué jodida realidad!

Al ver a todas esas personas amontonadas allí, me sentía como un forastero. Yo no era sofisticado ni mucho menos gozaba de una enorme fortuna.

Era más bien un vampiro, un niño al que le habían robado todo y a pesar de que ahora lo estaba recuperando con la ayuda de mi amigo, todo en mi ansiosa mente era un caos. Estaba hiperventilando.

—Lo entiendo, Hans. Esto no es fácil ni tampoco lo es detener tus sentimientos. Ve a por un poco de aire fresco, en el jardín, ¿vale?

Esas palabras me dieron aliento. Él me comprendía sin tener yo tener que explicar, y algo me decía que no era por su intuición.

Yo asentí, con gotas perladas de sudor descendiendo por mi frente y alborotado mi cabello que tanto me había demorado en peinar. A pesar de la confianza de Kristoff y nuestro efectivo anonimato al entrar, esto para mí, estaba resultado ser un desastre.

Alcé mi dedo pulgar en señal de que lo haría y me di la vuelta, intentando retornar a los espacios verdes.

—Oye, apuesto, ¿te gustaría bailar conmigo?

Y, una vez más, Kristoff entraba en escena para salvarme los colmillos. Sí, juego de palabras intencional.

—Joven dama. —dijo— Mi amigo no se siente dispuesto por el momento, pero, si así lo desea, puedo compartir una copa de champaña rosa con usted.

—¡Me encantaría, caballero! Por ahora mi estomago sí que lo está, a diferencia de su amigo.

Sí, esa era la joven Kristen que, a pesar de estar en su propia casa, había cedido los reflectores a los Hollander en aquella velada, y por eso se paseaba como cualquier otro invitado.

Kristoff me hizo señas con la mano para que me fuese alejando, y eso hice.

Me paseé por los arbustos podados, hermosos rosales y diversas clases de otras flores mientras enredaderas verdes lucían orgullosas su color, aun en la penumbra de la noche. Todavía no había visto a Harry ni a su clan de desgraciados que alguna vez consideré mi familia. Pero sabía que iba a proteger a la chica de mirada hechizante, que me recordaba a la imponencia de un roble o la sensación del musgo húmedo bajo mis pies.

La casa de los Bell tenía un pequeño estanque, que para esa ocasión habían rodeado con un barandal que daba la sensación de estar hecho de plata, aunque pareciese imposible crear algo así de precioso.

Me quedé allí, observando cómo la luz lunar se reflejaba en la superficie del agua.

Había quietud, paz. Ahí, pero no en mi alma.

Sin embargo, poco a poco, los latidos desenfrenados fueron cesando y con un pañuelo blanco que contrastaba con el negro de mi traje que llevaba como accesorio, empecé a palpar mi frente, manos y rostro.

No era bueno con las fiestas. En mi época así no era como se cazaba, recordarlo me asqueaba y  saber que ahora mediante esas reunioncitas era como se "elegían víctimas", me jodía incluso más la cabeza.

Escuché voces y cuchicheo viniendo de adentro de la mansión. Era el señor Hollander:

«Buenas noches, queridos amigos, colegas y condes. Ofrecemos este baile en honor a mi esposa, Margot Hollander. ¡La mejor diseñadora del mundo! Esta noche, nuestra hija Fallon que misteriosamente ha desaparecido, ha elegido ser acompañada (y esperemos que también cortejada) por... ¡Harry Klein del castillo local señorial!»

Escuché que Harry alardeaba por el minócrofo (¿era así como se pronunciaba esa palabra, ese artefacto raro?), así que él estaba presente, pero Fallon no. ¿A dónde habría ido?

La ansiedad que se había dispersado empezó a darme punzadas de nuevo, pero tenía que resolver esto rápido.

Me encaminé con el sigilo de una cobra, pero la rapidez de un coche moderno hacía allí, para que el rubio idiota supiera lo que era una pelea sangrienta en realidad, pero entonces escuché sollozos cerca del barandal.

Giré para ver de quien se trataba y me encontré con una desdichada Fallon, en soledad, sentada en un banco blanco de piedra demasiado elegante. Creo que los Bell se esforzaron tanto en hacerlo parecer vampírico que el resultado fue más una fiesta temática para unos dulces 16. Festividades que se les ocurrían a los humanos para agasajar a las doncellas del mundo, cuando cumplían 16 años. Me lo había explicado Kristoff.

Escuché que, entre lágrimas cantaba:

Quindi Marlena Torna a Casa, che il freddo qua si fa sentire...

Estaba estupefacto. Ella estaba cantando la canción, la que ahora yo sentía que era nuestra canción.

Así, susurró:

—Quiero...Quiero que vuelvas, Hans.

Entonces lo supe. Algo ajeno a su control debió haber pasado, pero ella no me había rechazado.

—Nunca me he ido. —sentencié yo, con rotundidad.

Ella alzó la vista. En realidad, te confundirías si la vieses así por la calle, puesto que parecía una vampiresa en la vida real. Autentica, hermosa y con un corazón colmado de tristeza.

Sus labios pintados color rojo oscuro, contrastando con la palidez de su piel, esbozaron una sonrisa.

Sin embargo, estaba extrañada, pues inquirió:

—¿Quién es usted?

—Lo que soy no parece importar aquí. Curioseaba por qué la joven vampiresa no está con los anfitriones allá adentro.

Ella puso sus ojos en blanco.

—No me dejan estar con la persona que quiero. —se encogió de hombros— Además, allá adentro hace mucho calor. Aquí, en cambio, se siente el frío. Como en nuestra canción.

Parecía que le hablaba a la luna y no a mí en más bien un monólogo. Pero me estaba confesando que Torna a Casa era para ella nuestra canción también.

Ay, madre mía.

—Señorita Fallon, ¿sabe una cosa?

Ella negó, moviendo la cabeza como una niña pequeña.

—Desde que llegué a este baile, tengo una frase escrita en mi cabeza. El problema es que nunca la dije...

Y así, mientras me despojaba de mi máscara y le dedicaba una mirada colmada de amor, concluí:

—Y es que la vida sin tu amor no puede ser perfecta.

Hans el temible.Where stories live. Discover now