Doce:

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"Quisiera tener mil años, tesoro mío..."

Su voz me taladraba los oídos. Pues ahí estaba esa frase otra vez desangrando mi afligido corazón, partiéndolo en dos mitades y dejándome con más preguntas que respuestas en el cerebro.

También escuchaba mis propios lamentos. Un llanto desconsolado y solitario, donde una de las cosas más notorias que se podían apreciar era un dolor que no le desearía ni a mi peor enemigo.

Ella me observaba, con esos lindos ojos cristalinos que me traspasaban el alma. Y entonces...Recuerdo que no lo soporté más.

Empecé a desgarrarme la garganta a los gritos, ahogando todo mi ser y agonizando mientras decía:

-¡¿Por qué?! ¡¿Por qué demonios tengo que ser esta clase de vampiro?!

Y así, gruesas lágrimas llenas de desesperanza empezaron a manchar el frío suelo.

-Viviendo siglos preguntándome qué está mal conmigo. –continué- Esto en realidad no, ¡no es justo! Vivir cientos y cientos de años cuestionándome por qué es que mi existencia tomó este rumbo. Y de esta forma, mientras observo de manera absorta el más horrendo ventanal, también me pregunto...¡El por qué es que no pude salvarte!

-Hans, escúchame. –me interrumpió la mujer que en ese momento me examinaba con la mirada- Créeme que nada de esto fue tu culpa.

-¿Por qué no puedes quedarte conmigo? ¿Me lo puedes decir?

-Porque yo ya no pertenezco a tu mundo. La verdad es que nunca lo hice. Tú perteneces con ellos, los vampiros. Y además, tú...

-No sé cómo pretendes que siga siendo un vampiro...Con tan sólo tu presencia cuidándome desde las estrellas. –concluí-

Y entonces todo se empezó a disolver, desapareciendo en un espiral de agridulces y muy agonizantes recuerdos.

Así, fui abriendo lentamente los ojos. La puerta del sarcófago de Kristoff que ahora yo le había casi que robado por descansar allí estaba abierta, y la luz de la mañana chocó contra mi cara cansada de tanta conmoción en los últimos días.

Había soñado una vez más, con mi madre y la no tan dichosa frase de los mil años que pudiese darme. Unas palabras que me habían vuelto a atormentar después de mucho tiempo.

Era como si, dentro de mis sueños, pudiese conversar con ella una vez más. Pero también empezaba a sentir que no eran como los sueños normales producidos por mi subconsciente, sino que aquellas conversaciones fuesen reales...Con el espíritu de mi madre.

Tal vez tan sólo era el extrañarla tanto, o los juegos de una imaginación que se había descarrilado bastante.

Pero, me iba a concentrar en las cosas un día a la vez, para no agobiarme más de lo que ya estaba. Aunque esto del baile con Fallón me había subido los ánimos, a pesar de que ni siquiera sabía si al final sí me elegiría a mí o no.

Bajé como un rayo hasta el segundo piso, pues escuché ruidos en la cocina.

-¡Rayos, Kristoff! –exclamé entonces yo.

Allí estaba él, con los labios enrojecidos a causa de lo que estaba comiendo y sus colmillos goteando sangre también.

Las náuseas y el mareo inminente empezaron a llegar. De esta forma, antes de que me diera cuenta ya había cubierto las hermosas y perfectamente limpias encimeras de Kristoff. O al menos, eran unas encimeras que solían estarlo.

Y cuando pensé que mi verdadero mejor amigo me iba echar de la casa, tan sólo rió de forma irónica mientras exclamaba:

-¡Buenos días, Hans el temible!

...

-No entiendo por qué si siempre guardas tu comida en el refrigerador de arriba siempre te encuentro alimentándote aquí abajo. ¿Otra broma pesada?

-No. –expresó él correspondiéndome una sonrisa de complicidad- Estaba cocinando esto para ti.

Se dio la vuelta y en las hornillas de la cocina vi que tenía un salteado asiático de vegetales y salsa de soya mientras que en la licuadora yacía un líquido rojizo, que esta vez no era sangre sino un jugo azucarado de frambuesa.

-¿Es para mí? Oh Kristoff, ¡eres increíble!

-Las chicas más hermosas me lo decían a menudo. –respondió, jugueteando con su brilloso cabello como si fuese muy largo.

-"¿Decían?" –inquirí yo entre risas con gesto pensativo.

-Ya no estoy interesado en el amor romántico.

Ante estas palabras y mientras me sentaba a devorar con la fuerza de un león lo que se había preparado, lo miré en confusión arqueando una ceja, a lo que él respondió:

-Escucha, Hans. El amor es complicado, y por lo que sé, ambos estamos conscientes de eso. Yo tan sólo me enamoré una vez, así como verdadera y profundamente enamorado. A pesar de que cuando estudiaba en la secundaria robaba todos los corazones del colegio, el verdadero amor sólo se siente una vez, y cuando pierdes a esa persona...

-¿La perdiste por ser un vampiro?

-Nunca me pareció correcto lo que hacían los de mi clase, a pesar de que así tengo que ingeniármelas para sobrevivir ahora, sin embargo siempre me atrajeron las personas diferentes.

-¿Entonces, tu único amor fue una humana?

Él asintió con ojos soñadores.

-Pero, ¿cómo puede ser?

-La mayoría de las veces no hay explicación para los asuntos del corazón, muchacho. Pero, al estar a su lado confirmé que una mirada sí que te podía hacer soñar. Unos ojos y una sonrisa, que con sólo hechizarte te podían llevar de viaje por diversos universos distintos.

-Rayos Kristoff, deberías ser poeta.

Así, me acompañó al desayunar y le confesé que a veces detestaba ser un vampiro por lo mismo que él me había contado, odiaba lo que hacia mi especie y me era muy difícil ser diferente. Él simplemente respondió:

-Creo que el haberte convertido en vampiro no fue el problema. Fue tu entorno y las ideas que te enseñaron en el castillo.

-Pero soy un pésimo líder...-solté yo, desanimado.

-Un pésimo líder no habría hablado con los Hollander con tanta sencillez. Todos los que se acercan a esa familia tienen un único objetivo: cortejar a cualquiera de los integrantes para sacarles dinero o publicidad en sus círculos sociales.

Yo saqué a la luz una mueca de desagrado imaginándome a damas de la alta sociedad seduciendo inclusive al señor Hollander.

-Sí, es una locura. –respondió Kristoff al ver mi graciosa expresión- Pero tú fuiste diferente, en el buen sentido. Y creo que eso fue lo que le gustó a Fallon.

Los ojos "seductores irónicos" de Kristoff me desternillaron de risa. Así, exclamé:

-¡Venga ya! Ah, oye Kristoff...¿Por qué abriste mi sarcófago en medio de la noche?

Era lo que desde el inicio había querido preguntar y me entretuve demasiado con sus chistes.

-No quería que lo dejaras como mis encimeras, tornado.

Al decir esto, me alborotó el pelo dejándolo como una maraña azabache.

Cuando no me llamaba "Hans el temible", se refería a mí como tornado porque decía que había llegado a su vida para ponerla de cabeza como los desastres que producían los tornados, y que eso lo hacía retorcerse en felicidad; pues antes de mi llegada sentía la soledad atormentándolo a donde quiera que fuese.

Y, por primera vez en mucho tiempo, el tener a alguien conmigo no era sinónimo de dolor porque él...Nunca se iría a viajar por las estrellas.

Hans el temible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora