Veintiuno:

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—¿Hans?

Cada vez que pronunciaba algo tan simple como mi nombre, me sentía capaz de volar. Me llamaba, se preocupaba y tal vez, sólo tal vez, me quería.

Sin embargo, el tono dulce de su voz me tomó por sorpresa. Me había quedado dormido sobre la butaca y al escucharla así de repente, casi caigo al suelo.

—Oh, ¡por el santísimo Credo! ¡Estás bien! —exclamé yo con algarabía. A pesar de que había percibido su respiración, estaba atormentado de que esos hermosos ojos verdes no me volviesen a mirar nunca más. Ya me conocen.

Vi cómo sonreía. Aquella sonrisa que me daba esperanza. Aquella sonrisa que me daba fe.

Luego, su vista bajó hacia las mantas y puso su atención en los harapos que una vez fueron un elegante vestido.

Pude sentir su extrañeza, por lo que igual de tosco y apresurado que el andar de una carreta, empecé a decir:

—¡No es lo que crees! ¡Yo, yo no te hice nada! ¡A menos de que quieras que lo haga! Estabas inconsciente así que, bueno, he aprendido que las doncellas tienen su propio criterio en estos tiempos y la verdad es que luego Kristoff me dio el botiquín y tenía que curar tus heridas así que...

"¿A menos de que quieras que lo haga?" ¡Jaque mate, Hans Van Daan, esto sí que está yendo bien!

Sí, no era bueno formulando oraciones cuando estaba bajo presión. Estaba pasado mucha vergüenza y si ese era yo, no me quiero imaginar los sentimientos de Fallon al haber despertado en la habitación de un chico después de tantos eventos fatídicos.

—Hans, ¿quieres venir aquí un momento? —me interrumpió ella, aún cubierta por una sábana más fina.

Yo di dos pasos, con miedo en el alma de lo que me fuese a decir cuando estuviésemos más cerca. Con miedo de haberla decepcionado, y con miedo de haber perdido algo que ni siquiera había tenido tiempo de florecer.

Me cubrí la cara con las manos sintiéndome estúpido, pero ella entonces expresó:

—Mírame, por favor.

Y mirarla era lo menos que podía hacer en esa situación, así que dejé que mi corazón hablara en vez de mi cabeza. Y a veces cuando hablaba el corazón, no era necesario articular palabra.

A veces, con quedarse quieto y escuchar, ya sería suficiente para que nuestro órgano vital hiciera lo suyo. Así que eso hice.

Su mirada se encontró con la mía, una vez más, un día más. En circunstancias incómodas, pero había vuelto a encontrar su camino hacia mí.

Abrí mi boca para decir tal vez la mayor estupidez del mundo, pero ella me calló al instante.

—Recuerdo todo. Sé que no fuiste el que me hiciste esto, lo sé. Mis memorias aún están borrosas, pero sé que no eres el causante de...Esto.

dejó al descubierto el dorso de su brazo izquierdo y señaló con su otro dedo índice cómo una cicatriz sangrante se desvanecía en un destello al ser tocada por la luz de la mañana.

—Lo que sí no me explico es cómo heridas tan profundas como éstas pudieron haber sanado en sólo unas horas, y el por qué hablas cómo si estuviésemos en el año 1900...

—¿Disculpa? —inquirí, algo temeroso del discurso que se avecinaba. Era un vampiro tan tonto que hasta había develado nuestro más grande secreto con mi ansioso palabrerío.

—"Doncellas" "estos tiempos"...¿Por qué hablas como si estuviésemos en el pasado?

Lo medité unos instantes, paseándome dubitativo por la habitación.

Hasta que, por fin, dije:

—Porque provengo de allí. Del pasado.

—¿Eres...Un viajero del tiempo acaso? —preguntó ella, arqueando una ceja y luciendo confundida.

—Soy más bien...Un caballero de la noche.

Le di la espalda, muriéndome de vergüenza por billonésima vez en la mañana. Hasta que su nuevo enunciado me hizo saltar, ahora el confundido era yo.

—¡Eres un vampiro! ¡Un vampiro vegetariano!

En su voz no había miedo, ni dolor. Había, una hermosa emoción.

Abriendo los ojos, estupefacto, contesté:

—Si por vegetariano te refieres a que no cazo ni bebo sangre, pues sí. Lo soy. Me presento: mi verdadero nombre es Hans Van Daan, señorita.

Hans el temible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora