Veintisiete:

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Fallon:

Era un amanecer tranquilo, en la habitación de huéspedes donde Hans había decidido pasar la noche. Los colores sobre el cielo se fundían con el silencio de nuestros pensamientos, mientras, a su lado, yo lograba divisar un nuevo día.

Para ser un antiguo cazador nocturno, Hans tenía el sueño pesado. Tan pesado que unos leves sonidos de molestia se le estaban escapando de los labios en esos momentos, como si le fuese difícil respirar con normalidad.

Yo reí por lo bajo, era tierno y absurdo que la pequeña historia familiar de un vampiro incomprendido nos hubiese convertido en eso, que ahora yo guardaba bajo llave en mi corazón, tallado en el alma hasta mi último aliento.

Su pecho desnudo, cubierto sólo con sábanas blancas de material vaporoso y sus pantalones de pijama.

Nunca me había detenido a contemplarlo. Lo curioso es que, por primera vez en mi superficial existencia, en el ambiente de riquillos en el que había crecido, me había enamorado de sus ojos primero. De aquello que resguardaban.

Sus uñas, un poco más largas y afiladas que las del resto de los seres; que evocaba la fuerza de una daga, o el dolor de una pérdida. Los dedos de sus manos, delgados y con estructura ósea algo prominente...

En general, sí. Tenía el perfil perfecto de un caballero de la noche.

Sentí el misterio ámbar de su mirada observándome.

Buongiorno, uomo della mia vita. —susurré, y él me regaló una hermosa y amplia sonrisa, dejando a la vista sus colmillos—

—Sigue hablando así, y te dejaré marcas cerca de los labios, pero no de mis colmillos.

Yo me cubrí el rostro con las manos sonrojada, mientras le daba un codazo.

—¡Auch! —se quejó él—

El señor O'Conell había salido a hacer las compras, (sí, a las 6:30 AM algo decente estaba abierto en las calles de Transilvania). Nos encargó ir preparando lo demás, puesto que tenía algo importante que decirle a Hans.

—Como sea. Ve. Yo bajo en unos minutos, ¿vale? —expresé yo, moviendo mi mano para que él fuese bajando las escaleras—

—Está bien. Pero, antes de que se me olvide...

Depositó un rápido beso en mi frente y desapareció, casi que despavorido escaleras abajo.

Yo me quité los pijamas y husmeé en el closet. Encontré unos pantalones abombados en la parte de abajo, con estampado señorial, muy propio de los 1600, encontré también prendas con cuellos de encaje y alguno que otro jubón en los cajones de la ropa interior. Esto era un caos, madre mía.

¿Es que acaso el señor O'Conell no tenía ropa normal? ¿De este siglo al menos? Por primera vez en mi vida, me sentía en una máquina del tiempo.

Estaba con tan sólo la toalla del baño cubriéndome el cuerpo, cuando sentí unas manos rodeándome de nuevo.

Y así empezábamos otra vez. El fantasma del abuso, de uñas afiladas en mi clavícula y abdomen y mi vestido hecho jirones.

El haber sentido cómo manos ajenas trazaban círculos por mi cuerpo, sin yo haberlo permitido, era algo que me destrozaba en sobre manera. El sonido característico de miles de vampiros sedientos de sangre, me dejaba vacía, sin amor, y sin ánimos de seguir viviendo.

Algo parecido había ocurrido antes de conocer a Hans, así que sabía que no era su culpa, pero tampoco era mía por no haberme defendido en el momento.

Eso es lo que la sociedad siempre espera que hagas. Que te defiendas, que grites, porque si no, no eres nadie.

Pero, ¿se defendería alguien que está petrificado por el miedo? ¿Hablará con veracidad alguien que cree que la culparán? Pues la culpa siempre fue mía aquella primera vez, antes de conocer a Hans.

Por eso mis padres no me dejaban salir de casa tampoco. No sólo por lo que ocurrió en el cementerio, sino porque temían que algo peor pasara y "que por mi cobardía no me pudiese defender de nuevo".

¿Desde cuando funcionamos con esta doble moral? ¿Desde cuándo se acribilla a la victima por no hablar o defenderse y no al idiota que no supo controlar su coctel de hormonas? ¡Joder!

Así que, al sentir esas manos rodeando mi cintura, cuya barrera tan sólo era una toalla, no pude evitar desplomarme en el suelo entre lágrimas.

Lo siento, pero así era como funcionaba un trauma.

—¡Fallon! ¡Mírame, soy yo!

Pero no podía ver nada. Mi visión estaba nublada.

En su lugar, veía a un joven de nariz grande y dentadura prominente. Aquel que me rompió en pedazos.

No hace falta que diga dónde fue. Si ocurrió en una fiesta, en mi casa, o en mi antigua preparatoria, lo que importa es lo que ese evento dejó en mí.

Lo único que puedo recordar, son unos rayos dorados. Los rayos de un atardecer fúnebre, en donde el abuso ocurrió y allí, una vez más, en los brazos del chico mitad humano perdí el conocimiento. Todo se fue oscureciendo entre destellos metalizados.

Hans el temible.Where stories live. Discover now