Capítulo 02: Paleta colorida.

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La empresa dónde Jennie trabajaba como contadora quedaba a unas cuadras de una tienda de dulces bastante llamativos y de precios altos por la calidad de su sabor, su tienda por fuera tenía flores en las vitrinas coloridas, un gran letrero con el nombre de la dulcería pintado de rojo con letras blancas, y en las mismas vitrinas se podían visualizar los dulces que estaban a la venta solamente como muestra para llamar la atención de las personas que pasasen por ahí cerca. A las seis y treinta de la tarde cuando Jennie salía, la ciudad se abrazaba del viento helado, por incitación suspiraba, colocándose un suéter delgado sobre su saco gris para evitar un resfriado, tenía la mala suerte de ser alérgica al frío, pasaba por la dulcería, justo al frente solo debía cruzar, algunas veces se le antojaba algo y compraba, como en ese momento. Lisa siempre la molestaba en que se comía a sí misma al verla morder mandus.

Justamente a las seis con treinta y cinco después de cruzar se paró frente a la vitrina, viendo los nuevos dulces que estaban, uno de ellos era una gran paleta de colores con un listón simulando un moño, demasiado pegajosa para su gusto.

-Colodes- Su mirada bajó hasta una pequeña niña, que vestía prendas pequeñas para su tamaño y bastante desgastadas, se notaba la suciedad en su cuerpo y el olor debido a la falta de higiene, era difícil saber su tono de piel. La mismo pequeñita sacaba su lengua saboreando en su imaginación el llamativo dulce, su mano diminuta sobando su estómago. Su corazón se hizo pequeño por lo que estaba presenciando, haciendo cálculos no pasaba de los cuatro o cinco años, era delgada y su cabello negro y liso le llegaba a sus pestañas.

-¿Te gustan los dulces?- Preguntó entonces en un hilo de voz, la respuesta de la chiquita fue afirmativa y lenta.

-Dicos, mucho dicos.

-¿Sabes qué es más rico que un dulce?- La pequeña negó, curiosa giró hasta ella con un rostro que se preguntaba qué podía ser mejor que el azúcar -Un rico emparedado de mantequilla de maní.

-Nuca comi uno.

-Que suerte tienes, hoy lo harás, mira, en este maletín tengo uno destinado especialmente para ti- Los ojitos llenos de curiosidad de la niña brillaron cuando el maletín se abrió, sacando de él un tupper con una bolsita de plástico con sello propio, tendió su mano hasta ella esperando que lo tomara.

-Tomalo, es tuyo.

- M-me dan comida y ¿tengo que hacer un canbio?- La manera en que lo dijo fue tan devastadora para Jennie que quiso romperse a llorar ahí mismo, su vocecita llena de inocencia. Las manitas habían pasado a sus pantalones para bajarlos por lo que Jennie la detuva con voz rota.

- N-no, no debes, solo ti-tienes que comerlo y eso será suficiente. - La pequeña dió la vuelta y comenzó a caminar sin tocar el emparedado, Jennie fue detrás suyo, queriendo que comiera porque no sabía hasta cuando lo haría, en ese camino fue testigo de como las personas la denigraban, la veían con asco, la doble moral en toda su extensión porque fue capaz de reconocer a la gente que participaba en marchas con el pañuelo celeste, ahí frente a ella caminaba una vida que necesitaba ayuda y era la primera en ser ignorada.

Por la apariencia del cielo que se encontraba lechoso, ya eran pasadas las siete, seguramente Lisa ya había regresado de pasear a Kuma y la esperaba para poder cenar, pero ella continuaba siguiendo a la pequeña que caminaba descalza a un barrio en mal estado que se desplomaría en cualquier momento, todo estaba en silencio y lo único que logró captar fueron cartones tirados, olores putrefactos, no había demasiada gente, pocos durmiendo y otros ingiriendo drogas. Si, estaba asustada.

-¿Vives aquí sola?- La menor dió un brinquito por el susto, más asiente colocándose al frente suyo. Estaba en lo que parecía una casa y cenizas esparcidas con basura rodeándola.
- Dios, entonces... toma esto y cómelo despacio, te dejaré la botella de agua que compré en la salida- Frente a ella estaba la necesidad, nunca antes viéndola tan de cerca, una niña cargada de ignorancia e inocencia comía con tantas ganas, ¿cómo no? si seguro no lo hizo en meses, y el agua que casi caía por sus comisuras, realmente quiso quedarse pero el olor ciertamente la mareaba, debía volver a casa. - Ten mucho cuidado, nos vemos pequeñita.

No recibió respuesta porque la infante seguía comiendo de su emparedado dándose regaños mentales porque debía guardar para comer al siguiente día, segundos después de seguir viéndola se retiró, tomando un taxi ya que iba tarde.

En casa, Lisa la recibió con un beso dulce y delicias de comida en la mesa para casi cuatro personas. Lalisa Manobal trabajaba como chef principal en un hotel con turnos mañaneros, sus conocimientos de gastronomía comprobados en el sabor de cada plato y los adquiridos con la experiencia, sin embargo su esposa veía detenidamente la comida sin probar alguno, inmediatamente se preocupó pensando que la dieta extrema pasaba por su cabeza de nuevo.

-¿Sucede algo, no te gusta cielo?

-No no, no es eso, es que yo... hoy, uhg- Tomó aire antes de continuar -Después del trabajo me detuve en una dulcería y me topé con una niña en pobreza, sola y hambrienta, le di mi emparedado de maní porque leí que era bueno para niños desnutridos en las revistas que tienen en las sala de espera de los hospitales... ciertamente Lili, no puedo comer sabiendo que eso será lo único que ella probará hasta que encuentre un pan en buen estado o una bolsa sin hormigas. Mi pecho se siente ácido.

-Jen, tranquilo cariño, hiciste algo maravilloso y estoy orgullosa de tus actos, seguramente ella está muy agradecida, venga guardamos esto para la semana y vamos a dormir, pero come un poco de arroz por lo menos.

Después de guardar gran cantidad de comida en el refrigerador, la noche llegó hasta ellos, Jennie dormía en los brazos de Lalisa con un agujero en el corazón, mientras que al otro lado una pequeña se cubriría con una sábana roja sucia con agujeros y manchas, agradeciéndole al cielo por tener algo en su estómago ese día que guardaría por mucho, mucho tiempo.





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