Capítulo 11: La habitación Blanca II

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Los patrones son tan comunes como observar la luna a las cinco de la tarde, están en el día a día de cada persona a su propio ritmo y moldeada para ellas se encuentran hasta en la base de toda sociedad; la familia, hay un patrón que se mantiene y muchas veces no se hace el mínimo intento de cambiar o romperlo.

La familia Kim, por ejemplo, la madre de Jennie, Kim Juwon; fue criada por sus padres para ser la imagen perfecta de lo que debería ser una niña y muy pronto una mujer de clase alta dejando atrás valores básicos pero no menos importantes, sus ideales fueron alimentados con esa mentalidad que llegaron hasta su descendencia, afectando de sobremanera las etapas de la única niña que tuvieron, así como fueron afectadas las suyas en un tiempo atrás.

Creciendo entre casas de gran tamaño y fiestas bañadas en oro para alimentar el narcisismo de ese tipo de gente mediocre y plástica, Jennie decidió vivir en la sencillez y el vacío, manteniendo su habitación en un completo y pulcro blanco sin ningúna decoración más allá de sus utilidades escolares y su cama, siendo la única habitación libre de algún objeto extravagante.

A los siete años, Jennie tuvo conciencia de lo que la rodeaba y de lo que estaba viviendo, se vió entonces atrapada en un bucle creado por su madre que parecía no tener una salida segura o que siquiera existiera, se sentía como un títere torpe que no podía hacer nada si no jalaban de sus hilos.

Recuerda que las lecciones que recibía para ser corregida eran golpes; un palo golpeando su brazo hasta causarle una fractura, una regla cortando su muñeca y una mano marcando su mejilla hasta teñirla, o bien los gritos que rompían sus tímpanos. El método para lograr la perfección en ella parecía que debía y se basaba en ser desfigurada y moldeada para una mejor versión.

Porque su versión original tenía grietas y estaba a punto de romperse.

Jennie nunca ha sentido respeto por sus padres, escuchar sus voces en un tono elevado la hacía temblar o cuando veía más segura la oscuridad de su habitación que la luminosa sala donde estos estaban. El miedo y la ansiedad era lo que lograba que su cuerpo se inclinara en una reverencia o que sus labios respondieran.

¿Qué significaba ser padre entonces?

Constantemente se preguntaba si todos los niños también tenían padres estrictos como los suyos que controlaban hasta sus pensamientos, ¿será que todo niño era infeliz allá afuera? O al menos, en lo más lejano podría tener una esperanza de vida.

Durante su adolescencia las cosas no cambiaron pero si aumentaron. Las jóvenes de otras familias tenían novios hermosos y un futuro prometedor gracias a sus estudios pero Jennie nunca se sintió atraída por hombres, si no por sus conductas, accesorios, vestimentas y los deportes que ellos practicaban, le gustaba aquello que llamaban masculino más no quienes poseían esto.

Un gusto que tuvo que guardar cuando sus padres casi la envían a un seminario cuando confesó estar enamorada de otra mujer. Lalisa Manobal, estaba por dejarlo todo a un lado cuando su madre comenzó a reclamar que ella debía estar con un hombre, tener propios hijos y seguir los pasos que ella misma siguió. Ahí comenzó a cuestionarse lo que significaba ser una mujer.

Estar enamorada logró cambiar algo en su vida, su habitación tomó color cuando Lalisa llegó a su vida como una amante, descubrió lo bien que se sentía la felicidad, la inmensa tranquilidad junto a otra persona y consigo misma, un revuelo de emociones chocando entre ellas pero más importante; conoció el amor y todos sus significados, lo que era cuidar de alguien y que ese mismo la cuidara sin ninguna deuda.

Su madre podría llamarla una vida mediocre, pero ella la veía como algo que era real.

- ¿Qué estás pensando, cielo? Desde que llegamos pareces perdida. ¿Fue por tus padres?

Barriendo sus pestañas para enfocar mejor su vista en la rubia, respondió con una mueca - Verlos después de tantos años me trajo algunos recuerdos de mi infancia, creí que mi cerebro los había bloqueado en su mayoría.

La rubia se subió a la cama hasta recostarse en la cabecera de la cama, justo al lado de la castaña que le daba una mirada brillante y una sonrisa casi invisible -El psicólogo dijo que podías pasar por un trance de emociones si los volvías a encontrar, ¿segura que estás bien?

-Estoy bien, ahora no me importa tanto, creo que estoy tranquila sabiendo que ahora estoy segura, todo gracias a esa madrugada lluviosa cuando me esperabas en tu motocicleta para escapar, sigo creyendo que tomé la decisión correcta.

-Sabes que conmigo todo es correcto, Kim Jennie- Susurró besando su mejilla seguida por su nariz.

La castaña soltó una risa antes de besar sus labios, sintiendo a los segundos que en su pecho algo se removía.

-Vamos a mimir- Exigió la pequeña azabache que se abrazaba a la cintura de Jennie, su ceñito estaba fruncido y sus labios formaban un mohín.

Lisa se recostó finalmente en la cama, observando a la menor.- Nuestra ardillita tiene sueño.

- Ardillita, es un apodo muy tierno.

Al igual que Lisa se acostó ella empezó a acomodar bien a Rosie para que no se quedara atrapada entre las sábanas, la menor se quedó dormida entre las caricias en su cabello y la canción de cuna que Lalisa cantaba, una que escuchaba de su abuela cuando era niña.

Las horas en el reloj avanzaban con su insistente sonido de tic tac, Jennie no podía dormir, después de todo algunas imágenes de su infancia aún venían a ella para recordarle lo sola que había estado, sin nadie a quién apoyarse.

Inconscientemente llevó su mirada hasta la menor que seguía aferrada a su cintura, su rostro completamente tranquilo con sus labios soltando algunos ronquidos apenas audibles.

Por sobre las sábanas buscó la mano de su esposa, entrelazando sus dedos cuando la encontró -Lisa. - Dijo en voz baja.

La mencionada sin abrir sus ojos respondió vagamente entre sueños afectados afianzando el agarre - Dime...

-Quiero adoptar a Rosie.

-Quiero adoptar a Rosie

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