22. Felicidades.

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Dasha se tomó las pastillas, sintiendo que tenía ese malestar en la garganta que no se iría tan fácilmente. Jedward sobrepasó los límites con ella. Literalmente la llamó puta por salir una noche con su pareja, todo para salvarle el culo. Ni siquiera recordaba la última vez que salió a pasar la noche con alguien, siempre eran sus hijos y nunca contrató a niñeras para que los cuidaran.

Verificó que el bolso de Jasha estuviera con todo lo necesario para pasar el día y luego salió a buscar a sus hijos.

— ¿Puedes hablar? —preguntó su madre, y ella negó con la cabeza—. ¿Tomaste tus pastillas? —asintió.

— Lo siento, mamá...

Negó hacia su hija, no era el momento para ponerse en plan sentimental, ya todo estaba bien ese día y lo mejor era terminar ese proyecto de su tío Kiral. Se despidió de sus padres, antes de tomar las cosas de sus hijos e ir al auto; mismo que alguien le había llevado horas antes a la casa, porque hasta eso olvidó en el restaurante.

Dejó a Jadiel en la escuela, con su lonchera del día y luego fue hacia la empresa. Jasha estaba en silencio, mientras miraba uno de esos capítulos de la novela que tanto le gustaba y que ella le había dejado ver... pero esos dramas que su hija armaba por sí sola le daban la sensación de que estaba medio loca.

Cuando llegó a la empresa, sacó la silla de ruedas de su hija, y saludó a todos con un ademán de cabeza y fue hacia el elevador.

— ¡Llegué! —gritó Jasha, en el momento que las puertas fueron abiertas—. ¡Viejo tacaño!

— Es muy temprano para que hagas tanto ruido —Jedward salió de su oficina—. Buenos días, Dasha —ella asintió.

— Por tu culpa no puede hablar, así que busca algo que hacer durante el día y no la molestes.

Ella pudo ver a Jedward tener una batalla interna por querer acercarse, pero fue más rápido al pasarle las cosas de su hija y de meterse en su oficina. Encendió el computador, y en lo que se registraba todo, se llevó ambas manos a la cabeza, estar en el mismo edificio que él le ponía los pelos de punta y más, al saber que este le dejó en claro que tenía pensamientos machistas de la edad media.

— Dasha, tenemos que hablar —Jedward entró a su oficina sin tocar, y ella puso los ojos en blanco antes de mirarlo—. Nuestra hija me dijo que tú tuviste un ataque la noche anterior y que es mi culpa, lo lamento.

No tienes nada que lamentar —movió sus manos, para hablarle en lenguaje de señas—. Ya quedó en claro que tus pensamientos clasistas y machistas están a millones de distancias de los míos.

— No quise que sonara de ese modo, fue un error y lo lamento —puso las manos en el escritorio—. ¿Está todo bien contigo?

Nada que te importe, es mejor que nos limitemos a trabajar y que todo sea por nuestros hijos —echó la silla hacia atrás—. ¿Algo más?

— No podemos estar todo el tiempo enojados —Jedward estaba agitándose—. Te comportas como una niña...

Con lo que hiciste la noche anterior, me diste lo que necesitaba saber —movió sus manos de manera rápida—. Todo cae sobre mí, no puedo salir porque soy mujer y tengo hijos que cuidar, mientras que el padre está jugando a la casita feliz con su esposa. Por favor, seamos claros en esto.

— Lo que la sociedad diga me tiene sin cuidado —apuntó—. Me divorciaré de Nathalie, si es lo que tengo te preocupa —soltó sin miramientos—. Ya no puedo seguir casado con alguien que me mintió...

Ustedes llevan muchos años juntos, no puedes dejarla de lado como si nada y lo sabes —se aclaró la garganta—. Piensa bien las cosas que harás, porque esto puede ser un mal.

Ámame otra vezWhere stories live. Discover now