38. Pelea de titanes.

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Dasha abrió un ojo y luego el otro al sentir que había mucho silencio en la habitación y cayó en cuenta de que no estaba del todo sola, sino que Jasha estaba tratando de hacer silencio, Jadiel sostenía una pequeña caja y Jedward un bizcocho en sus manos.

— ¡Feliz cumpleaños, princesa del universo! —gritaron los tres al mismo tiempo.

— Vaya, ustedes sí que saben cómo sorprenderme —se sentó en la cama, con una pequeña sonrisa en los labios—. Ya se me estaba haciendo casi imposible tanto silencio en esta casa y más viniendo de ustedes —dejó a un lado las sábanas—. Muchas gracias...

— Te compramos un regalo con mi dinero —Jasha apuntó el regalo que Jadiel tenía en las manos—. Después me lo pagas.

Dasha se aclaró la garganta, no podía reírse en un momento como ese, ya que su hija se lo dijo con mucha seriedad y no iba a arruinar el momento, eso sí que no. No pudo mirar a Jedward mal, en el momento en el cual sus ojos vieron el número veintinueve en esa cosa, parecía ser un chiste de mal tercio de su parte, pero lo dejaría pasar.

Sopló la velas, no sin antes pedir un deseo.

— ¿Qué pediste, mamá? —Jadiel se sentó a su lado—. Papá dijo que los deseos nunca se deben decir a menos que se cumplan.

— Exactamente —Jedward dejó el pastel sobre su regazo—. Puedes partirlo, señora —dijo de manera jovial—. Todos queremos probarlo antes de que tu familia decida venir a invadir la propiedad.

— Te recuerdo que también es tu familia —metió el dedo, y le gustó el sabor—. Vaya, al menos recuerdas mi sabor favorito...

— Yo se lo recordé, mami...

— No le hagas caso, está loca —Jedward espantó las palabras—. Los niños vinieron temprano a molestarme con que querían verte para darte el regalo de cumpleaños, así que abre esa caja.

Dasha asintió y le dio otra probada al pastel antes de abrir la caja en la cual estaba su regalo. Echó su cabello hacia atrás, y sus manos temblaron al ver de qué se trataba. Era una bola de cristal, pero no cualquiera... sino una en la cual estaban los cuatro juntos... y las figuras sin duda fueron hechas para ellos porque eran muy parecidas y había unos pequeños espacios a su alrededor que le hicieron verlos.

— Es por si quieres tener más hijos —dijo Jasha, aburrida—. Yo les dije que no, pero mi palabra no vale mucho para ellos y me siento ofendida.

— Descuida, cariño —Dasha se quedó mirando la bola de cristal con fascinación—. Se nota que es muy caro... está hecho de oro y la casa se ve que tiene diamantes...

— No es nada que no pueda pagar para que te sientas bien —Jedward le acarició la mejilla—. Cuando éramos niños, me dijiste que querías vivir en una bola de cristal porque ahí nadie te molestaría...

— Lo decía porque esos niños me molestaban —regresó la vista a la bola—, pero esto es hermoso, la voy a cuidar con mi vida.

— Tienes que cuidarla, porque ese es el último regalo que te daré —Jasha bajó de la cama—. Regalo caro, no me gusta.

Jedward puso los ojos en blanco, Jadiel chasqueó la lengua y Dasha río ante las palabras de su hija. Esas novelas solo serían un dolor de cabeza y ni hablar de que le quitaría el que las viera tanto como quisiera. Después de un rato, se quedó sola en la habitación, lo cual aprovechó para darse un baño y quitarse la suciedad que tenía.

En cuanto bajó a la sala, su familia estaba ahí con regalos en mano y con otro pastel que se veía más grande y caro que el anterior.

— ¡Feliz cumpleaños! —gritaron todos al mismo tiempo.

Ámame otra vezWhere stories live. Discover now