✞ Capítulo 40.

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No recordaba haber perdido el conocimiento

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No recordaba haber perdido el conocimiento. Despertó por la mañana sin tener la menor idea de dónde se encontraba ni qué había sucedido, y su cerebro tardó un momento en acordarse.

La noche anterior, mientras dos policías intentaban llevársela lejos de su marido, que yacía desmayado en el suelo del callejón, y ella peleaba por su vida contra seis hombres armados, recibió lo que luego se daría cuenta que era el primer golpe de su vida; nunca nadie se había atrevido a ponerle un dedo encima antes.

No tenía idea quién lo había hecho, estaba demasiado ocupada golpeando, pateando e incluso mordiendo cualquier cosa que estuviera a su alcance, sacudiéndose e intentando librarse del agarre de aquellos hombres, cuando uno de ellos la golpeó por la cabeza con el bastón, quitándole el conocimiento.

Los párpados le pesaban como si fueran de plomo, y mantener los ojos abiertos requería de toda su fuerza. Le dolía el cuerpo entero, y encima de eso padecía la peor jaqueca de su vida.

Se llevó una mano a la cabeza, como si eso fuese a disminuir el dolor, y sintió un cálido líquido correrle entre los dedos. Al parecer, el golpe le había causado un corte tan profundo que aún sangraba, lo que explicaba por qué sentía el rostro tan pegajoso.

También se encontró a sí misma cubierta de golpes, rasguños e incluso grandes moretones allí donde los hombres de Sabini la habían sostenido con tanta fuerza que sus dedos habían dejado un rastro color morado sobre su piel.

Observó alrededor, pero no había nada en aquel galpón que le diera ni el menor indicio de dónde se encontraba. La luz se filtraba a través de las hojas de diarios que cubrían las ventanas, y alcanzaba para distinguir a los tres hombres que la mantenían acompañada.

Estaba tumbada sobre un colchón tan sucio que era difícil creer que en algún momento había sido blanco, pero al menos no había ninguna restricción sobre su cuerpo; no le habían vendado los ojos ni la habían amordazado, no la habían sujetado a objeto alguno, ni siquiera le habían atado las manos o los pies. Evidentemente, no creían que representara amenaza alguna.

Se aclaró la garganta, que le dolía un montón, captando la atención de los tres hombres armados de pie a algunos metros de distancia. —¿Me pueden dar un vaso de agua? —se las arregló para preguntar, afónica. Había perdido la voz, probablemente de tanto gritar la noche anterior—. Tengo la boca tan seca como una tiza.

Se quedaron observándola con cierta extrañeza por un minuto, como si no esperaban oírla hablar en lo absoluto. Dos de ellos eran chicos jóvenes, uno no aparentaba tener más de veintitantos años, y el otro ni siquiera eso, mientras que el tercero era un hombre mayor, de quizás unos cincuenta y pocos años.

—No tenemos agua —respondió el más joven de los tres—. Tengo una petaca de ron, si quieres —agregó, rebuscando en el bolsillo interior de su chaqueta.

La mera idea de consumir una gota de alcohol alcanzó para que la bilis le subiera a la garganta. —Gracias, pero creo que vomitaría de solo olerlo.

Esforzándose por pensar con claridad, Daisy intentó, en vano, encontrar una respuesta a la única pregunta que podía formularse: ¿qué diablos iba a hacer? Tenía un par de distintas estrategias en mente, pero no sabía por cuál de ellas optar.

UNHOLY ✞ Thomas Shelby [Peaky Blinders] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora