Capítulo 1

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SOY UN ANIMAL

Santiago

Muchos años atrás

Lugansk, Ucrania


«Ley», «temor», «justicia».

Repito el mismo juego de palabras mientras observo, a través de una pequeña rendija del tanque de guerra en donde voy, el caos oscuro y sangriento que está desatándose en pleno campo de batalla.

Lluvia espesa cae encima de nosotros como el peor de los torrenciales al tiempo que pedazos de granizo al tamaño de un puñetero frijol impacta contra el metal del vehículo militar, generando un ruido tan insoportable que tenso la mandíbula porque me recuerda a sucesos demasiado asquerosos que experimenté en mi infancia.

Me acomodo el casco especial y abro la escotilla para sacar la cabeza recibiendo así estelas de frío que se cuelan por la tela negra del balaclava. Cojo los binoculares atados en mi camuflado para observar con más precisión el panorama, ubicando así al enemigo que tenemos a metros de distancia.

—¡Carguen otra vez! ¡Con detonador! —grito con voz potente y autoritaria desde mi posición a mis soldados, pero rápidamente me agacho cuando miro que me apuntan con una metralleta pues no es novedad que esos bastardos deseen matarme.

El ráfagazo de tiros me pasa zumbando a solo escasos milímetros del casco militar especial. Aprieto los dientes y mejor entro una vez más al tanque cerrando la escotilla tras de mí; balas rebotando como si fuesen piedras justo cuando el seguro hace clic. Con rabia miro a mis inútiles acompañantes quienes no han seguido mi puñetera orden. Están más pálidos que un fantasma.

—¡¿Es qué no me escucharon o que vergas[1]?! ¡Están atacándonos y necesito que carguen con un jodido detonador ya! —Ninguno habla y eso me enfurece porque están como pendejos mirándome—. ¡No recuerdo haber contratado a sordos y mudos en mi puñetera base así que hablen!

—¡Ya no tenemos municiones, coronel! —grita uno, por fin, pero solo logra que la rabia me arda en el pecho como si fuese una vorágine de violencia bravía que ansía expandirse y externalizarse en gritos.

El pendejo retrocede de mí, poniéndose incluso más blanco. Suelto un puñetazo al barandal y dejo que mi furia se desate porque nada me importa más que terminar con esta absurda guerra para largarme de una buena vez al lugar que me aclama desde hace años.

Han pasado ocho, no puedo darme el lujo de permitir que pase uno más.

—¡¿Cómo vergas se van acabar las municiones, Veintitrés?! —lo regaño con evidente furia, porque bien claro le dije que metiera las necesarias así tuviese que venirse encorvado debido al espacio reducido del tanque. Ya vi que hizo todo menos caso a un superior.

Me jode que se pasen mi rango por la raja del culo.

No llevo el título de «coronel» de adorno.

—¡Pues se acabaron, señor! —Su rostro destila impotencia, ansiedad, miedo, terror. Está sudando y poco le falta para llorar como la marica que siempre ha sido.

En todos estos años, Thomas Abramovich, alías Veintitrés, no ha podido demostrar ser un soldado con cojones. Para todo me saca la carta de la excusa y por todo quiere llorar como si fuese una nena. De haber sabido que era tan inútil jamás lo habría aceptado en mi tropa.

—¡¡Dime que estás bromeando!!

—¡Jamás bromearía con algo así, mi coronel! —grita con más fuerza, ya sus lágrimas desbordándose tal cual una cascada—. ¡Y lo lamento mucho, pero no tiene derecho a gritarme así! ¡Sus gritos y órdenes solo me ponen más nervioso de lo que ya estoy!

Tornado (Libro 1)Where stories live. Discover now