Epílogo 2.

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MENTE DE HIERRO

Esteban

—¿Irás a la celebración de tu esposa? —La voz de Calixto irrumpe el silencio de mi oficina. Me retiro los lentes de lectura, froto el puente de mi nariz y me recargo en el respaldo de la silla.

—Sabes que no convivo con personas de bajo rango y menos aquellas que no están dentro de mi círculo social.

—Cierto —ríe, y se deja caer en el pequeño sofá color negro—. Pasa de la hora laboral, Esteban. ¿Qué tanto haces?

—Reviso los informes que hice del operativo infernal —informo, y él me entiende porque sabe que así nombré lo que vivimos hace meses—. Tuvimos demasiadas bajas y los gastos funerarios están siendo millonarios.

Y tal cosa me enfurece demasiado. Digo, no es que me importen sus vidas, si mueren o viven me da igual, no obstante, si me siento así es porque dichas muertes nada más ensucian mi impecable expediente militar, algo que me jode porque siempre he sido perfecto en todo lo que hago.

—¿Es mucho dinero?

—Más de cincuenta millones.

Los ojos de Calixto se abren en sorpresa. Está por decir algo, pero alguien irrumpir en mi oficina lo frena. Es el general brigadier Montalvo.

—Uno de tus hombres se ha quitado la vida —me dice, y es como recibir el impacto de un balazo porque en todos los años que llevo siendo coronel, jamás había existido un suicido en la base.

Abandono mi escritorio para seguir al general brigadier quien sale apresurado hacia el edificio donde sucedió la atrocidad. Calixto me sigue el paso e intercambiamos una mirada porque no tenemos idea de quién pueda ser.

Llegamos al área de crimen, los forenses de la FESM, criminólogos y el propio general de división Venegas se encuentran en la habitación. Me hace entrega del expediente del muerto. Era un sargento, uno que mandé hace un mes a Irak para su adiestramiento.

—¿Dejó alguna nota? —pregunto a nadie en específico, cerrando la carpeta. Es el tío de mi esposa quien responde.

—No, pero sí una grabación.

—¿Qué dice?

—Nada. Simplemente se graba metiéndose un tiro en la glabela.

Mis ojos buscan el lugar del crimen y noto que justo en la pared que está tras su cama, está la grande mancha roja producto de lo que hizo. El cuerpo yace cubierto con una manta negra.

—Bueno, pues lástima por él —espeto agrio, y el general de división frunce el entrecejo—. ¿Qué? Solo un cobarde se quita la vida tras no soportar las secuelas de la guerra.

—Se me olvida que eres un témpano de hielo —gruñe—. No sé cómo mi sobrina te soporta.

—Porque con ella soy un amor —le miento. En realidad, Vicenta solo me inspira violencia, enojo, desesperación y agresión, nada más. Pese a eso, muchas veces me llamó príncipe lo cual comprueba que está demente—. En fin, capturen sus datos, infórmenles a sus parientes y organicen el velorio. Me iré a trabajar.

Doy media vuelta para abandonar la escena y reviso mi reloj, pasa de la medianoche. No entiendo para qué se enlistan al ejército si no van a tener los huevos de soportar cada mierda inhumana que miren. Es obvio que en una guerra lo último que verás son ponys y princesas con coronas, aquí se viene a matar al enemigo, a llenarte de experiencias sanguinarias, a recordar personas muertas, decapitadas, desmembradas y despellejadas cada que duermes o estás despierto. Por algo somos militares, hay que tener resistencia, una mente de hierro para que nada logre penetrarnos para debilitarnos ni mucho menos para dejar que el TEPT u otros trastornos se instalen como larvas para jodernos.

Tornado (Libro 1)Where stories live. Discover now