Capítulo 37.

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ARGOLLAS Y CADENAS

Vicenta

Lo que se habló en la junta me sigue provocando mucho enojo. Solo un vil enfermo mental usaría a animalitos indefensos como carnada para provocar distracción.

La humanidad está enferma, infectada de algo llamado egoísmo y hambre de poder, porque no me cabe duda que una vez fugitivos harán mierda y media por alzarse y recuperar lo que les quitamos al destruir el Diamante Negro.

Sé que no soy nadie para expresarme así cuando yo misma descuarticé a una inocente con mis propias manos para luego hacerla comida, pero una cosa es matar adultos y otra usar a los animales de esa forma.

Nada me dará más gusto que clavarles una maldita bala a esos hombres, especialmente a Ahmed Makalá porque él es el traficante y secuestrador. El tal Boris Novakov sinceramente me vale un kilo de rocas porque solo es un insufrible ladrón que robó una artillería que no pudo ni vender ya que le destruimos todo en mar abierto.

Me acomodo sobre el piso con la McMillan TAC-50 frente a mí. Junto a Jesús me han dejado el trabajo sucio de monitorizar lo que estará haciendo el hombre que llegará al orfanato Prinkipo y, sinceramente, estoy ansiando matar a ese hijo de perra.

Estamos en un edificio abandonado a más de veinte cuadras de distancia lo cual es perfecto para no ser vistos por ese hombre.

Las escuadras que mandó a formar Bestia están ya desperdigadas por todo el perímetro, atentos a cualquier inconveniente que suceda.

Observo a través del lente la ciudad que terminará hecha escombros si no detienen a esos bastardos lo cual sería una pena ya que es una belleza a comparación de Siria.

—Sé que esto es lo de menos —habla Jesús, haciéndome mirarlo de reojo—, pero... ¡feliz cumpleaños, Chenta! —exclama con una genuina emoción que me calienta el alma porque entonces recuerdo que hoy es treinta de junio, el día en que nací.

—Te acordaste...

—¿Cómo no iba a hacerlo? ¡Eres mi mejor amiga! —Lanzo un beso a su dirección y él lo atrapa para llevárselo a su corazón. Es el mejor amigo que puedo tener. Lo amo tanto y daría mi vida por él hasta con los ojos cerrados—. Mejor dime, ¿qué se siente estar un año más cerca de la tumba? —pregunta a lo que echo a reír.

—¡Solo tengo veintitrés años! ¡No estoy tan vieja, Yisus!

—Bueno, pero casi, casi, le pegas a los treinta. —Se mofa y ruedo los ojos.

—Se siente normal, exagerado —le saco mi lengua, Jesús alza una ceja—. Bueno no, esto no es normal. ¿Qué mujer de mi edad está en medio de guerras, sudorosa y con un fusil en mano? Ninguna.

—Tú no eres una mujer normal, Chenta. ¡Eres una diosa guerrera! —dice con orgullo. Desearía abrazarlo, pero no puedo moverme de mi lugar.

Llevamos aquí solo ochenta minutos y ese camión aún no aparece lo cual aumenta mis nervios pues debería estar ya a la vista considerando que el tiempo que Bestia estipuló está ya agotándose. Suelto un bufido y observo una vez más a través del lente logrando captar algo para nada grato. Tenso la mandíbula sintiendo como mis dientes rechinan porque intuía que algo así pasaría.

—Hombre saliendo del orfanato Prinkipo. Repito, hombre saliendo del orfanato Prinkipo con cuatro pastores belga malinois a su lado. Cada uno tiene un arnés táctico cuya parte superior posee una bomba con cuenta regresiva. No hay rastros del camión —aviso por el auricular táctico al coronel Morgado quien está en otro edificio a solo diez cuadras vigilando el perímetro. Jesús rápidamente toma los goggles para mirar. Suelta un chasquido—. El hombre observa a todas direcciones.

Tornado (Libro 1)Where stories live. Discover now