Capítulo 58.

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Y LLEGAMOS AL GRAN FINAL.

¿LISTOS PARA DEJAR IR A SIRENA Y BESTIA?

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TUPANANCHISKAMA

Vicenta

Kalevi, el rompehielos más grande del mundo que monto, el cual Bestia logró pedir prestado a ese centro turístico finlandés, pasa encima del mar de Botnia el cual está demasiado congelado. Este poco a poco va triturándose, dejando entrever el agua gélida que seguro te mata de hipotermia con solo tocarla.

El monstruo de metal cuenta con 174 metros de eslora, 51 metros de altura, 33.000 toneladas de desplazamiento y una propulsión nuclear que lo hace invencible e ideal para misiones apresuradas de este tipo.

Ajusto mis binoculares y diviso el punto exacto que estamos buscando, mi corazón latiendo con furia contra mi tórax.

—¡Más rápido, Gólubev! —bramo hacia el capitán ruso que conduce frente a mis narices. Lo veo presionar algunos botones al tiempo que mueve palancas haciendo que mi cuerpo se tambaleé ante el brusco movimiento. No lo conozco, pero he tomado muy personal este rescate—. ¡Eso, joder! ¡Ya era hora!

—Estamos a cincuenta metros, teniente —anuncian Jesús con la tableta en mano que aún muestra aquel foco rojo el cual no se ha movido en lo absoluto.

Quisiera responderle algo coherente, pero no lo hago porque los nervios ya comienzan a ganarme cuando no debería.

¡Somos soldados de la FESM, maldita sea!

Unos militares élite que han sido llevados a su límite máximo de resistencia dejando en claro que estamos altamente capacitados para cualquier mierdero de situación y cuyo entrenamiento ha sido guiado a través del dolor desde el momento uno.

Tiro los putos binoculares de largo alcance que le quité a no sé quién y salgo trotando de la cabina al exterior donde la gelidez me recibe como el impacto de un cañonazo viniendo de todas las direcciones.

Mi cuerpo quiere detenerse y temblar del frío, pero no me permito hacerlo porque no pienso ser una débil en esto.

Achico mis ojos cuando noto algo a la distancia. No obstante, mi vista no alcanza a visualizarlo por completo así que levanto los binoculares para colocármelos. Me tenso. Es una lancha militar artillada abandonada en medio mar congelado. Dicha lancha tiene una cadena la cual... No.

—¡Lo han metido al mar! —grito sin poder callármelo, mi corazón aplastándose ante la vorágine de emociones que experimento.

Cindy, mi cuñada, llega a mi lado para arrebatarme los binoculares. El jadeo que expulsa su boca deja en claro que también ve lo que yo. Las entrañas se me retuercen porque no quiero ni imaginar cuántas horas lleva dentro del agua, así como tampoco deseo saber si hemos llegado demasiado tarde.

—¡Está muerto! —chilla ella, temblando como una hoja—. ¡Mi hermano está muerto, Vicenta!

—¡No sabemos eso, maldita sea! ¡Cálmate!

Pese a mis palabras, no puedo creérmelas porque sé lo que el agua infernalmente helada hace a los cuerpos humanos. Estoy por decir algo cuando, de pronto, escucho movimiento al sur por lo que giro la cabeza con rapidez recibiendo el impacto del viento gélido a la par que la rabia me pone a hervir la sangre cuando veo otro rompehielos acercándose a nosotros.

Tornado (Libro 1)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt