Capítulo 49.

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LA AMAZONA MÁS PRECIOSA

Vicenta

—¿Otra vez molestando a las tortugas, Sirena? —reprende Santiago en tono burlón, viendo como el reptil de tronco ancho de diversos tonos, esconde su cabecita y patitas en su interior lo cual me hace especular que el señor Tortuga no quiere que lo moleste.

—Es que son hermosas. ¿Puedo quedármela? Di que sí, di que sí. ¡Ándale, Santi!

Mi chico favorito niega intentando quitármela, pero no le doy ese privilegio porque huyo con ella haciendo que él venga tras de mí iniciando así una persecución al estilo policial. Como estoy en el mar, me toca nadar tan pero tan rápido que, en cuestión de pocos minutos, logro llegar a la arena.

Aferro a la tortuga contra mi pecho y suelto risitas de júbilo conforme corro con ella. El pobre reptil ya ni saca la cabeza, permanece oculto y eso me enoja porque deseo que señor Tortuga mire el bonito paisaje de la playa.

Miro hacia atrás y suelto un grito cuando Santiago sale del mar y corre tras de mí. Logra alcanzarme en cuestión de nada, pero, en un intento por detenerme, tropieza llevándome consigo de modo que ambos caemos de lleno en la arena, el señor Tortuga bajo mi cuerpo. Estallamos en una grande risa.

—No podemos tener reptiles en casa, Vic —me dice él, la risa cesando—. Además, es muy grande y creo que... creo que la matamos.

Asustada, miro a la tortuga y, para mi desgracia, el caparazón está abierto, sangre escurre de sus extremidades y eso me hace gritar fuerte para luego llorar.

¡He matado a mi tortuga!

¡Soy una asesina de tortugas y el señor Mar ya no me dejará entrar a nadar!

Santiago me quita la tortuga de las manos para luego abrazarme sin importar que ambos nos embarraremos más de arena. Me consuela, deja que llore contra él y no me suelta ningún instante.

—Le haremos un bonito funeral, Sirena —musita él contra mi cabello lleno de arena y una que otra conchita de mar.

—¿Podemos hacerle un castillo?

—Claro que sí.

***********

Gitana y Karla me observan con las incógnitas en sus rostros, algo que me avergüenza demasiado ya que hubiese querido no tener que pasar por este protocolo, menos cuando estamos volando hacia no sé dónde.

Solo sé, gracias a las ruidosas pláticas de los soldados, que Chipre fue consumido en su totalidad por las armas nucleares que el coronel Bestia detonó en un claro mensaje de que, si joden con la FESM, las consecuencias serán letales. Incluso escuché por ahí que el mediterráneo salió afectado por lo cual ahora la zona donde estábamos ya no existe en el mapa y no sé si debería asustarme o alegrarme por ello pues no solo fueron los malos quienes murieron, sino millones de habitantes chipriotas. Si llegasen a sobrevivir algunos seguramente sufrirán las consecuencias de la radiación.

—Díganme la verdad... ¿Tengo algún prolapso?

—No, Vic —responde Gitana, arrancándome un gran peso de encima ya que lo último que deseo es entrar a cirugía para una reconstrucción anal o vaginal—, pero sí tienes fisuras anales, un espantoso desgarro vaginal y lesión en tu cérvix.

—Eso sin contar que tus dedos están hechos mierda y que tus costillas están muy hundidas —agrega Karla, haciéndome resoplar.

—Al menos ya no estoy llena de sangre o semen —intento bromear, pero ellas no sonríen y yo mucho menos. ¿Quién podría hacerlo? Después de todo fui violada por más de doscientos cincuenta hombres en menos de cinco días. Si me hubiesen dejado ahí un mes apuesto que toda la población masculina chipriota me habría clavado el pene.

Tornado (Libro 1)Where stories live. Discover now