Capítulo 51.

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UNA SIMPLE TENIENTE

Vicenta

Sonreír es parte de la actuación y, una vez que soy dejada a solas en mi habitación de hospital con la vista hacia el bosque que no debió ser testigo de mi debilidad y entrega a ese colosal hombre, alzo la máscara, escondo los recuerdos, los cierro con candado y me trago la llave porque no lloraré más por algo que no recuperaré ni tampoco me partiré la cabeza averiguando lo que estoy sintiendo por Bestia.

La teniente de la FESM mexicana ha muerto.

Fue asesinada a sus veintitrés años por Ahmed Makalá con cada orden que les dio a sus lacayos. Esa mujer, quién ingenuamente creyó que estaba a un paso de terminar el operativo, fue quemada viva y apuñalada tantas veces que terminaron por arrebatarle la vida en medio de espantosas y dolorosas embestidas que desgarraron sus órganos sexuales.

En su lugar se quedó una simple soldado que se falló a sí misma. Una soldado mediocre que se permitió ser violada por tantos hombres que si cierro los ojos puedo verlos rodeándome.

Soy una burla para el ejército.

Mi rango de teniente me queda demasiado grande y solo deberían dejarlo en "inútil". Porque eso he sido desde siempre. Tanto entrenamiento, tanta habilidad para tirar del gatillo, para enfrentarme a combates cuerpo a cuerpo y sadismo para descuartizar a los malos y no pude soltarme de las cadenas que me retenían atada como un marrano.

Violaron mi alma, mi espíritu y cualquier mierda rota que albergaba en mi asqueroso y sucio cuerpo para regresarme a ser lo que era: un caos indomable lleno de tormentos y depresiones.

Observo el techo blanco, las ganas de llorar se avivan quemándome las escleras que arden. Es como si me hubiesen echado ácido, pero ni así me permito volver a desahogarme porque no me lo merezco.

Una vez un psicólogo me dijo que una emoción o un sentimiento jamás debe frenarse ya que retenerlo hará que se estanque hasta que, poco a poco, se va formando una pila de rocas tan pesadas que eventualmente te hundirán. Dichas rocas no se rompen, pero sí que te lastiman cada recoveco de tu alma conforme más buscas contenerte fingiendo que nada pasa.

«¿Y si sabes todo eso por qué lo contienes, Vicenta?», me pregunto mentalmente, con labios apretados, y es que la respuesta es simple: no soy capaz de soltarme porque siento que no tengo derecho a deshacerme esas rocas que me hieren.

Llorar es para los fuertes, para aquellos valientes que no tienen temor de enfrentar a sus demonios, y yo disto mucho de ser alguien así incluso cuando Bestia me llamó guerrera.

«Cobarde», eso es lo que soy y seré, porque si tuviese los ovarios bien puestos tomaría una navaja y con ella le cortaría la garganta a mis demonios y monstruos.

Suelto un enorme y cansado suspiro antes de recargarme por completo en la cama. Mi cuerpo se siente helado por el tiempo que estuve bajo la nieve, pero al menos logré sentirme un poco más viva y humana.

Alguien ingresar a la habitación me hace tensar considerablemente, pero veo que solo es una enfermera quien me revisa los signos vitales y me da otro analgésico para el dolor, así como los retrovirales que seguro Gitana se encargó de traer.

—¿Puedo pedirle un favor? —le pregunto, la pastilla pasando por mi garganta.

—Claro, teniente.

—Me gustaría estar acompañada de mi mejor amigo. Podría... ¿Podría buscarlo? Se llama Je... Hacker. Se llama Hacker —me corrijo con rapidez, pues si bien estamos en territorio neutro, debo tomar precauciones, más ahorita que noto que mi expediente lleva una etiqueta que dice «Tte. Sirena», es decir, abreviaron mi rango en la milicia y eso deja en claro que nuestras identidades todavía son secretas.

Tornado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora