Capítulo 31

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Bajo el ventanal de la alcoba, los soldados y vasallos se cercioraban de tener preparada la inminente marcha de los visitantes en Edoras

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Bajo el ventanal de la alcoba, los soldados y vasallos se cercioraban de tener preparada la inminente marcha de los visitantes en Edoras. Y aunque los establos estaban a rebosar de carruajes, Silwen no encontraba entre ellos el de Gandalf. 

Terminó de ajustarse sus ropas de montar cuando unos nudillos repiquetearon contra la puerta. 

— Es la hora, princesa. 

Distinguió la voz Draael y, como siempre, lo escuchó alejarse en el pasillo, pues jamás cruzaba el umbral de la puerta. Deslizó la mirada una última vez por la habitación, que le había servido de aposento por casi una semana completa. Tembló en su sitio al encontrar sus vendajes sobre el tocador. No tenían el más mínimo rastro de sangre, lo que era sin duda espeluznante.

La mano le subió al pecho ante el recuerdo de la flecha atravesando su corazón. No dolía, porque no sentía absolutamente nada. La herida se había cerrado como si fuera un rasguño fortuito y superficial. Su cuerpo había cambiado, lograba apreciarlo con demasiada facilidad.

Draael y Onvolh cerraban la marcha tras ella, cual estatuas rígidas e imponentes provocaban que los humanos se hicieran a un lado ante Silwen. Ella se había disculpado con la mirada al principio, incómoda ante la situación, sin embargo, cuando ocurrió por trigesimosexta vez, cesó de cualquier intento de resistirse. Existía todavía demasiado que no comprendía de su propia raza, costumbres, términos y creencias. 

Cubrió sus ojos del sol tras salir del castillo, y su ceguera momentánea le impidió ver a un ajetreado hombre que se dirigía al establo. Sus hombros chocaron y trastrabilló, alcanzando a ser sostenida por uno de sus guardias. 

— Lo lamento muchísimo, princesa, por favor, perdone mi estupidez. 

El sirviente soltó la caja que traía en sus manos, simplemente para poder rogar clemencia con mayor efusividad. Silwen escuchó como Onvolh regresaba la daga a su cintura, habiéndola deslizado por reflejo fuera de la vaina. 

— No, yo lo lamento, señor. —cuando Silwen se acuclilló, la expresión de su contraparte no pudo si no ser de completo espanto— Tome. —añadió, alzando la caja sin esfuerzo.

✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯  ʟᴇɢᴏʟᴀꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora