Capítulo 18

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La confirmación de aquel elfo, de que ya el grupo se encontraba al fin en las tierras de la Dama Galadriel, hicieron sonreír a Silwen de forma infantil

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La confirmación de aquel elfo, de que ya el grupo se encontraba al fin en las tierras de la Dama Galadriel, hicieron sonreír a Silwen de forma infantil. Pero quienes no dibujaban muecas agradables en sus rostros, si no ceños fruncidos y miradas desconfiadas, eran los desconocidos que los rodeaban. Facciones contraídas, la seriedad se emanaba de sus delgados cuerpos enfundados en armaduras de colores semejantes al bosque. No eran más que tonalidades de verdes lo que los rodeaban, a excepción de aquellos idénticos hermanos. Rojo y azul, cada uno portaba una capa distinta que ondeaba a sus espaldas.

Tal era la frialdad de sus rostros imperturbables, que Silwen retrocedió lentamente hasta quedar junto a Gimli. El enano la miró con confianza e infló su pecho con orgullo. Pero ninguna batalla se libraría allí, sino el encuentro de quienes antaño separaron sus caminos. Y temiendo Silwen no ser bien recibida, contempló con sorpresa como Aragorn se fundía en un caluroso abrazo con aquellos hermanos. Sus sonrisas fueron tan cálidas, que incluso Silwen atisbó algún que otro labio curvado de los elfos restantes, que habían caído de los arboles con la misma soltura que una hoja.

Despojados de la claridad del Sol en el bosque de la Dama, el grupo fue guiado hasta Lórien. Siguieron una marcha calmada, tras los pasos de los hermanos que tan bien conocían aquella tierra. Y aunque en ningún momento fueron amenazados, y no hubo tampoco más intercambio de palabras tras el saludo de Aragorn y Legolas a sus conocidos, miradas recelosas eran escupidas desde los oscuros ojos de los guerreros elfos. Gimli era el objetivo de la desconfianza, pues siglos de fraguado odio, no podía ser extinto en tan solo una década. Por otra parte, Silwen recibía miradas llenas de curiosidad, que la escrutaban de pies a cabeza sin vergüenza alguna. Aquello la crispó ligeramente, haciendo que su mano se moviera de forma instintiva hasta el lomo de Arod. Y cuando la elfa quiso darse cuenta, ya portaba de nuevo la espada, esta vez en su cintura. Pues ninguna correa quedaba ya a su espalda tras el anterior incidente. Nadie de su grupo reparó en su acto, ni Gimli que caminaba a su lado. Con los ojos entrecerrados, el enano mascullaba improperios a aquellos que lo miraban con desdén. 

Por mucho dolor inflingido, la espada siempre conseguirá atraer a su portador.

Largando un suspiro, Silwen caminó con rapidez hasta situarse al costado de Legolas. Quizás y tan solo quizás, ella podría hallar de nuevo la fuerza necesaria para resistirse. Tan solo requería de algo, o de alguien. Fue en ese instante, donde sus amigos repararon en la hoja ajustada en su cintura. Antes de que pudieran emitir cualquier tipo de reproche, Silwen entrelazó su mano con la de Legolas y curvó sus labios en una débil sonrisa.

— Conservad la fe en mi. —les susurró encontrando la mirada desconcertada de Legolas a su lado. Este observó con asombro la unión de sus manos.— Sevin dhâf? (¿Puedo...?) —cuestionó con temor mostrando sus dedos entrelazados frente a él. 

El elfo de cabellos rubios como el oro, asintió lentamente con la mirada aún perdida en aquel inocente gesto. Sus intentos por alejarse de ella parecían caer en el olvido. Con el rey de Gondor a su derecha, y el príncipe de Eryn Lasgalen a su izquierda, Silwen avanzó con seguridad. Y orgullosa de no escuchar los susurros de Seregmor, afianzó con más entusiasmo el agarre que mantenía con la mano de Legolas. Sobresaltado, este ladeo su cabeza con desconcierto y recibiendo tan solo una tierna sonrisa de ella, sonrió también como respuesta para sorpresa de todos. 

✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯  ʟᴇɢᴏʟᴀꜱWhere stories live. Discover now